Entre las provincias de Cuenca, Alba- cete y Ciudad Real, en la localidad agríco- la y ganadera de Socuéllamos nace, un 20 de febrero de 1913, el segundo de los hi- jos del matrimonio formado por Timoteo y Carmen. Lo bautizan en la parroquia del pueblo y le ponen el nombre de Cástor.

Familia humilde de jornaleros que no escatima esfuerzos para la forma- ción de sus hijos. Piden ayuda al maestro, don Pedro José del Amo, que había abierto una escuela en la que compaginaba la instrucción académica con la vida de piedad. Aquel maestro, que dejó un profunda huella en el co- razón de nuestro seminarista, va a ser el instrumento elegido por Dios para que Cástor descubra su vocaciónEn el informe que le solicita el Obispado de Madrid antes de la admisión de Cástor a la tonsura, el párroco de Socué- llamos dice: «Desde sus primeros años ha demostrado inclinación al estado eclesiástico»Inclinación que se ve reforzada por el ambiente religioso que se respira en su familia. Timoteo, su padre, y también Pedro José, su maes- tro, pertenecen a la Adoración Nocturna, calando el ambiente eucarístico en el corazón del muchacho.

Don Pedro José prepara a Cástor para el ingreso en el Seminario, no sólo espiritual, sino también materialmente: consigue para él una beca de me- dia pensión y una benefactora que cubra el resto de los gastos. No sabe- mos si ingresó en un primer momento en el Seminario de Ciudad Real y se traslada después al Conciliar de Madrid. El caso es que en este último se conserva su expediente desde segundo de latín hasta cuarto de Teología. Un total de 10 años de formación, truncada por la guerra. Alumno brillante, que combina su pasión por el saber con el espíritu de esfuerzo aprendido desde niño en una familia que ha de trabajar mucho para salir adelante, Cástor obtiene varios premios extraordinarios: uno por el estudio del latín y otro por el estudio de Teología Dogmática. El 6 de junio de 1936 recibe el subdiaconado en la capilla del Palacio Episcopal.

De las cartas enviadas a sus padres y conservadas por la familia podemos extraer datos de cómo era, no sólo la vida de Cástor en el Seminario, sino el ambiente general en el que se formaban los futuros sacerdotes: partidos de fútbol entre filósofos y teólogos, el seminario de verano, ejercicios es- pirituales, la vivencia de las ordenaciones sacerdotales de los compañeros, bodas de plata del seminario en 1931 junto a la Novena a la Inmaculada, o cómo vivieron los seminaristas los momentos de tensión política, traduci- dos en muchos casos en persecución religiosa, habitando ellos en el cora- zón de la diócesis. En 1934 tiene lugar una revolución huelguista, siendo el entorno del seminario uno de los ámbitos más virulentos de enfrentamien- to entre los obreros y las fuerzas de seguridad. En octubre, Cástor escribe a sus padres: «Como saben ustedes es quizá el sitio más estratégico de Ma- drid, porque dominado él se tiene dominado uno de los sitios más eficaces. Cayó en ello el Gobierno y situó aquí una guarnición de asalto pertrechada de mucha metralla. Pero no ha sido utilizada para nada. La revolución la hemos vivido a nuestro modo: sin clase. ¿Cómo iban a venir los profeso- res? Y asomados a las ventanas, viendo hacerse y deshacerse barricadas y oyendo sobre todo el tiroteo; ya oíamos tiros como quien oye llover. Creo que dispararían muchas veces al aire; había ratos en los que el estruendo semejaba el ruido de una traca. Los hemos tenido bien cerca [...]. Alguna bala llegó aquí, clavándose en el techo de una celda después de perforar el cristal y la recia madera de la ventana».

En 1936 escribe otra carta en la que cuenta a sus padres cómo está el ambiente en el interior del Seminario a pocos meses de tener que abando- nar la formación: «Hay varios que tienen a su padre o a su hermano en la cárcel y algún caso hay de saberlo todos menos él: el padre de uno que, por defender una finca de la que es guarda, tuvo que hacer fuego... Los herma- nos de otros andan sin poder dormir en casa porque andan tras ellos [...] Tres días de tranquilidad aquí es algo casi sospechoso».

No cabe duda de que en los ejercicios espirituales que inicia pocos días después como preparación para su ordenación de subdiácono revive una y otra vez los acontecimientos que les narra a sus padres, y que dibujan el ambiente en el que quiere consagrarse como sacerdote. Es posible que también estuviese en el retiro del 18 de julio, pues se conserva una postal de felicitación que le envía a su madre por su onomástica el día 16.

Haber vivido en Madrid con los milicianos a la puerta le sirvió de entre- namiento para soportar la reclusión en su casa, en el pueblo que lo vio na- cer. El alcalde y otros cuantos frente-populistas han formado una columna de milicianos que actúan con virulencia en la zona. Los tiene enfrente de casa. El 10 de agosto asaltan la iglesia parroquial, destruyen las imágenes, el retablo y roban los vasos sagrados. Con lo que no consideran de valor hacen mofa: se disfrazan con los ornamentos y hacen chanza. Comienzan los asesinatos en el cementerio municipal. Y comienzan también las presio- nes: presiones para alistarse en un batallón que se está formando con los jóvenes de la zona.

07 Castor Zarco Garcia 2La vida de los pueblos tiene su propia idiosincrasia. Todos saben que Cás- tor es seminarista. Sus padres temen por él. Tanto que lo envían a Cuenca, a Villaescusa de Haro, a casa de un amigo izquierdista. Llega escondido en un carro. Allí, nadie lo conoce. Pero la paz iba a durar poco: el gobierno, trasladado ya a Valencia, publica una orden en 1937 según la cual deben incorporarse al ejército los reemplazos desde 1932 a 1935. Cástor es del de 1934. No tiene escapatoria. Se incorpora a filas, en concreto a la Briga- da móvil de choque “El Campesino” de Madrid. De este periodo tenemos también la correspondencia con sus padres, de gran ayuda para conocer sus hazañas. Después de algunos traslados a diferentes lugares de la mese- ta, se afinca en un cuartel de Alcalá de Henares. Se le nota preocupado en sus letras. Pero no deja de animar a los demás: «Muchachos, confianza en Dios. Él sobre todo; y cada cual quedará en su puesto, si no en esta vida, en la otra. La esperanza y el optimismo son cristianos. La murria y la tristeza, no»Y de repente, ninguna carta más. No hay respuesta. Nadie sabe qué ha pasado con Cástor. Sólo que en sus últimas noticias, en clave, deja entre- ver que teme por su vida. El acta de defunción inscrita el 6 de septiembre de 1941 en Alcázar de san Juan certifica que Cástor «murió en Alcalá de Henares el 18 de septiembre de 1937 a las cinco horas, asesinado»No se conocen las circunstancias concretas de su muerte. Sí, que fue delatado por un paisano. Hasta en esto se asemejó a su Señor. Sus restos fueron enterra- dos en una fosa común y, más tarde, trasladados al Valle de los Caídos, sin individualizar.

De la fama de martirio de Cástor dan cuenta su inclusión desde el prin- cipio en el Boletín de la diócesis que recopila el martirologio diocesano, y la actuación de sus paisanos, que en cuanto tienen noticia de su asesinato lo tienen como mártir y recogen y guardan todas sus pertenencias. «El con- suelo que tengo es que lo perdí por bueno» - dirá su madre en un homena- je tributado a su hijo por el pueblo de Socuéllamos.

Navalcarnero es uno de los puntos claves que sirve de base a la curia diocesana madrileña en el exilio durante la Guerra Civil. Allí se instaló su sede el 26 de noviembre de 1936, una vez conquistada la zona suroeste de Madrid por las tropas nacionales. Pocos días antes, el 9 de noviembre, en las tapias del cemen- terio del Este, era ejecutado un hijo del pueblo: el seminarista Ángel Trapero.

Había nacido en esa localidad madrileña el 23 de junio de 1916, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Juan Trapero, segoviano, era relojero. Su madre, Sabina Sánchez-Real, era natural de San Martín de Valdeiglesias (Madrid). Lo bautizan en la parroquia de la Asunción, que sería saqueada durante la guerra junto con las ermitas de san José, san Roque y Vera Cruz.

No tenemos datos de la infancia de Ángel hasta el inicio de sus estudios eclesiásticos en Madrid, en cuyo Seminario se matricula por vez primera en segundo de latín. Antes debió cursar primero en algún otro seminario del que no tenemos noticia. En el Seminario Conciliar de la Inmaculada y san Dámaso hace siete cursos: tres de latín y humanidades, tres de filosofía y uno de teología. Sus calificaciones son sobresalientes. En su formación colaboran don Rafael García Tuñón, rector, y don José María García Lahiguera, director espiritual. No hay duda de que la reciedumbre de ellos recibida fue pieza cla- ve para afrontar la persecución religiosa ocurrida también en su pueblo natal cuando llega allí en julio de 1936, finalizado el curso.

Navalcarnero se mantiene bajo el control del gobierno de la República hasta octubre de 1936, cuando fue tomada por el ejército de Burgos. Hasta ese momento el control del municipio lo asume la Brigada de investigación criminal, al servicio de la Dirección General de Seguridad, de cuyos archivos se sirve para la localización de los llamados enemigos de la República. A este archivo se une el incautado en el Seminario durante su asalto en julio, donde constan los datos de los seminaristas. Sólo así se entiende la localización de Ángel Trapero, cuyos datos no constan en ningún otro lugar, al no estar afilia- do a organización ni grupo político alguno.

El 11 de octubre la casa de don Juan Trapero recibe una desagradable visita: un grupo de milicianos practica un registro en su domicilio. Se llevan consigo di- nero, joyas y a su hijo Ángel por ser seminarista. Lo trasladan a la checa de García Atadell, donde está dos días. Luego es puesto a disposición de la Dirección Gene- ral de Seguridad, organismo que tiene su origen a finales del siglo XIX y que, en dependencia del Ministerio de la Gobernación, fue responsable de las políticas de orden público en todo el país, con una habitual praxis de silencio ante las sa- cas, checas y paseos practicados por los grupos responsables del hostigamiento anti católico. De sus calabozos ha dejado escrito Félix Schlayer, ingeniero alemán vinculado a la embajada de Noruega: «Sólo Dante podría describir lo que ocurría allí en aquellos días de tan espantosa saturación y horrible cohabitación».

06 Angel Trapero Sanchez Real 2

El 17 del mismo mes Ángel es llevado a la cárcel de Porlier sin orden judicial alguna. Se trataba de las instalaciones del colegio Calasancio, en la manzana formada por las calles del General Díez Porlier, Lista, Padilla y Conde de Peñalver, incautado por el gobierno republicano en aplica- ción del artículo 26 de la Constitución de 1931, que prohibía a las con- gregaciones religiosas la dedicación a la educación o a actividad alguna, quedando su patrimonio afecto al Estado. El 9 de noviembre hubo una saca de treinta y un reclusos en aquella cárcel. Era un procedimiento habitual de extracción masiva y sistemática de presos desde los espacios reducidos donde habitualmente se hacinan los detenidos, encerrados en grupos de hasta seis personas en celdas individuales, con destino al lu- gar donde son ejecutados. En este caso, son trasladados al cementerio del Este. Con Ángel van al menos dos sacerdotes: los hermanos Marcial y José Oliver Escorihuela; y muy probablemente Maximiliano González Bustos y Bernardo del Campo, también presbíteros. Sus cadáveres fueron enterrados en una fosa común. Ángel es inscrito como cadáver des- conocido, muerto a causa de una hemorragia. «La muerte del mártir es la muerte del cristiano por excelencia. Esta muerte - según escribía Carlos Rahner - es aquella que, en el fondo, la muerte cristiana debe ser». Ángel llevó esta afirmación hasta el final.

Como escribía Javier Real en la publicación conmemorativa del cente- nario del Seminario de Madrid, Ángel Trapero es «de aquellos seminaristas cuyo martirio es patente». En efecto, desde el primer momento su nom- bre fue incluido en el listado de mártires elaborado por la diócesis de Ma- drid-Alcalá y enviado a los párrocos terminada la Guerra Civil. Sin duda, era uno de los que estaba en la mente del obispo Eijo y Garay cuando, en 1937, escribe la carta pastoral titulada La hora presente: «¡La paz sea con voso- tros! Esa paz, amadísimos hijos, la habéis merecido con el martirio moral de vuestros sentimientos y el martirio cruento de tantos y tantos hijos muy amados que han sucumbido atravesados por las balas homicidas sus cora- zones por el ¡delito! de amar a Dios y a España».

 

Finalizada la contienda, el cadáver de Ángel pudo ser identificado gra- cias a unas fotografías y su cuerpo fue trasladado al panteón familiar del cementerio de Navalcarnero. El 7 de diciembre de 2017, en el marco de las Vísperas de la Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la Virgen Ma- ría, patrona del Seminario de Madrid, los restos del siervo de Dios fueron depositados en la capilla del Seminario, bajo el retablo de San Dámaso - se- gundo patrono del Seminario y papa de los mártires romanos. Asistieron al emotivo acto los obispos de la Provincia eclesiástica de Madrid y los semi- naristas de las tres diócesis madrileñas, junto con los rectores y formado- res, así como familiares de Ángel Trapero y de otros seminaristas mártires. La inscripción del sepulcro recuerda a los actuales seminaristas que tienen muy cerca a Ángel y a los demás compañeros mártires y - con palabras de san Clemente Romano - los invita a acercarse a ellos, atletas de Cristo ven- cedores en el certamen de la fe.

El día 29 de septiembre de 1918, día de san Miguel, nace en Boadilla del Monte (Madrid) el primero de los tres hijos del matrimonio formado por Án- gel Talavera y Matilde Sevilla. Lo bautizan con el nombre del santo del día.

Es formado en las fuertes convicciones cristianas que viven sus padres y, en el plano académico, acude a la escuela del pueblo, dedicando el tiempo libre a las tareas propias de una familia de agricultores. Tras recibir la pri- mera comunión, Miguel comienza a ayudar a Misa como monaguillo. Están destinados en este momento en Boadilla varios sacerdotes para atender no sólo la parroquia, sino los dos monasterios de vida contemplativa que existen en el pueblo. En este contexto nace su deseo de consagrarse a Dios como sacerdote. Su párroco es, sin lugar a dudas, quien lo prepara para su ingreso en el Seminario Conciliar de Madrid, hecho que ocurre en septiem- bre de 1929. Hasta 1936 transcurren siete cursos, durante los que Miguel estudia cuatro de latín y tres de filosofía. Es compañero del siervo de Dios Jesús Sánchez durante el curso 1932-33.

En la memoria de su familia han quedado las visitas que sus padres le hacen los domingos en el Seminario, al estar cerca del centro de formación el domi- cilio familiar. Finalizado el curso, Miguel regresa a casa, desde donde es testigo de la persecución que sufre la Capital. No sabemos si se enteraría del asalto al seminario el día 18 de julio, durante el retiro para seminaristas de Madrid.

Cuando llegan a Boadilla noticias de las actuaciones de grupos frentepo- pulistas, algunos del pueblo marchan a Madrid para unirse a ellos. Rendido el Cuartel de la Montaña, regresan a Boadilla y crean allí un comité revolu- cionario que asume el control y distribuye las armas con las que se habían hecho en Madrid. Entre ellos están gran cantidad de mendigos y transeún- tes que el alcalde madrileño, Rafael Salazar Alonso, había trasladado a esta localidad y que no dudan en vengar su situación social con las armas re- partidas entre quienes se vinculaban a la causa común de la persecución religiosa: se destruye la iglesia parroquial, con sus imágenes y objetos de culto; y se asalta y destruye también el convento de las Carmelitas. El pá- rroco, don Benjamín Sanz Rodríguez es detenido y asesinado en Pozuelo de Alarcón. Al día siguiente le toca su turno al capellán de las Carmelitas, don Melitón Morán, también asesinado. La causa de canonización de ambos fue abierta en Madrid el 18 de marzo de 2017.

De la checa de Fomento llega un grupo de milicianos a Boadilla a me- diados de agosto. Preguntan por una serie de personas entre las que se encuentra Miguel Talavera. Este hecho pone en evidencia el uso que los perseguidores hicieron de los expedientes robados durante el asalto al Seminario. Los datos de Miguel constaban allí, con su dirección, además de en el padrón municipal de Madrid. En esta ocasión no se los llevan detenidos, gracias a la actuación del presidente del Comité. Pero los mi- licianos regresan el 7 de octubre, esta vez de la checa de la Puerta del Ángel. En la acusación contra Miguel, que provoca su detención consta «haber sido seminarista». No hay otra causa para la detención. Tan solo se refieren a él como seminaristay en alguna ocasión, y por error, lo lla- man fraileEs trasladado junto con otros tres paisanos del pueblo, estos acusados de «haber sido concejales de partidos de derechas»a la checade Marqués de Monistrol, en las inmediaciones del paseo de Extremadu- ra. Desde este momento, los datos sobre el destino de Miguel comienzan a ser confusos. No se puede precisar ni el lugar ni la fecha exacta de su asesinato. Ésta se sitúa en torno al 9 de octubre de 1936. No debemos olvidar que muchas de estas actuaciones criminales se realizan al margen de un proceso documental que deje rastros históricos. Miguel pudo ser llevado «al alto de la cuesta de las Perdices, antes de llegar a Aravaca»según declaración del tío de Miguel, que tuvo ocasión de preguntar sobre estos datos a un miliciano. Pudo también ser asesinado en el monte de Boadilla. Su cadáver no ha podido ser hallado.

De que la causa de la detención y posterior muerte de Miguel Talavera sea su condición de seminarista no cabe duda alguna. Es sobradamen- te conocida la orden de detención expedida por la checa de Fomento y ejecutada por la de Puerta del Ángel en la que se menciona como causa «haber sido seminarista»Así también aparece en la Causa General, en las piezas relativas a las checas y a la persecución religiosa en las certificacio- nes de los respectivos fiscales. Aparece su nombre también en la relación de mártires que desde el principio realizó la diócesis de Madrid-Alcalá. En Boadilla, esta memoria ha quedado plasmada en la calle que el municipio dedica a sus sacerdotes y a su seminarista: la calle de los Mártires.

¡Curita! Esta es la acusación principal presentada contra Jesús Sánchez, previa a su asesinato. Había nacido veintiún años antes en Cózar (Ciudad Real) un 31 de mayo. Sus padres se llaman Gobirniano, 

de profesión carretero, y Emilia. Lo bautizan en la parroquia de san Vicente del mismo municipio diez días después.

La familia Sánchez Fernández-Yáñez es una familia humilde, obligada a emigrar allá donde el trabajo les permite seguir adelante: Barcelona, re- greso a Cózar, y finalmente Madrid, donde Gobirniano se emplea primero como peón del hospital de San Juan de Dios, y después como portero en la calle de Donoso Cortés.

De la infancia de Jesús sabemos poco. Parece que quedó muy impresio- nado con la muerte prematura de su hermano, a juzgar por las anotaciones que hace al respecto en el reverso de una fotografía familiar. En la memoria de esta familia se ha conservado el recuerdo de la fe y la piedad vivida en la casa, y la pronta vocación sacerdotal de Jesús. No sabemos si ingresó primero en el seminario de Ciudad Real, pues allí, como en el caso de Madrid, muchos de los documentos desaparecieron con los saqueos practicados durante la persecución religiosa. En el Seminario de Madrid se conserva su expediente académico desde cuarto de latín hasta segundo de filosofía, aunque supone- mos que también cursó tercero, pues aparece como seminarista durante ese curso en el padrón municipal de la capital. Probablemente, por enfermedad, no se presentó a los exámenes, aunque sí vivió en el Seminario. Fue un alum- no brillante: obtiene el meritissimus en prácticamente todas las materias.

Cuando se inicia la persecución religiosa Jesús ya está en su domicilio fami- liar, como el resto de sus compañeros. Es bastante probable que participase en el retiro de la mañana del 18 de julio. En su casa puede vivir tranquilo du- rante las primeras semanas de la contienda. Pero pronto tiene que sufrir la persecución incluso de los más cercanos, vecinos sobre todo, que no dudan en usar la amenaza y la delación como arma en un ambiente en el que ser cristiano está perseguido con la muerte. La familia de Jesús está enfrentada con una familia vecina que no cesa de insultar y amenazar al seminarista. La situación se va tensando cada vez más, hasta llegar a un careo directo de Jesús con un vecino, que se venga pidiendo a unos amigos que interpongan una denuncia ante el Comité de la calle de la Luna y que lo delaten en la checa de Fomento, a la que es conducido al día siguiente tras detenerlo en su domicilio cinco hombres armados. Se conserva un atestado policial que refleja muy bien la situación de tensión entre las familias: «El día diez y ocho de septiembre del treinta y seis al regresar a su casa y cuando subía la escalera, detrás de él iba la madrastra de x [aquel vecino], la cual gritando decía cómo este curita del demonio me las va a pagar a mí y no será tardando mucho».

La checa situada en la calle de Fomento 9 de Madrid alcanzó entre los ma- drileños tal resonancia que cualquiera de ellos temblaba con sólo oír su nom- bre. Quienes allí iban a parar rara vez salían con vida. Cada noche actuaba un tribunal de jurisdicción privada. La sentencia se ejecutaba de madrugada: montaban al sentenciado en coches dispuestos para tal fin y en alguna carre- tera cercana lo mataban a tiros. Félix Schlayer, cónsul de Noruega en Madrid, tuvo ocasión de visitar esta checa. En su libro Matanzas en el Madrid repu- blicano escribe: «Llegamos. Dentro estaban las estancias, descuidadas, llenas de milicianos que corrían de un lado para otro y cuyo aspecto patibulario no inspiraba confianza alguna. La atmósfera estaba a tono: el terror en cierto modo estaba en el aire, y el miedo a la muerte que habían experimentado innumerables víctimas continuaba palpándose y cortando el aliento».

Jesús no pasó por ningún organismo que procesase su situación a través de un cauce legal. Era práctica habitual que la propia policía otorgase cédu- las de libertad. Con estos documentos los milicianos, cada noche sacaban presos de distintos establecimientos penitenciarios y les daban el temible paseo. En la ficha figuraba «libertad», cuando en realidad les daban muerte sin quedar registrada la defunción. Lo siguiente que sabemos de Jesús es la aparición de su cadáver. Su padre declaró al respecto: «Presentaba una herida de arma de fuego en la espalda; fue hallado en el barrio de La China, e inhumado en el cementerio del Este». Gracias a unas fotografías previas a la inhumación, pudo ser identificado. Más tarde, en 1961, fue trasladado a las criptas funerarias de la capilla del Santísimo de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

De que su muerte tuvo como detonante el ser seminarista no cabe duda, si nos atenemos a las acusaciones de curita que recibe por parte de los veci- nos que lo delatan.

La Cárcel Modelo de Madrid ocupaba el solar en el que hoy se encuentra el Cuartel General del Aire, en el distrito de Moncloa. Es la única para varonesa primeros de julio de 1936 y está muy cerca de la calle de Romero Robledo, lugar donde habían fijado su residencia Liberato Moralejo, militar, y Serafina Fernández Shaw. El 14 de abril de 1917 había nacido su hijo Antonio en Madrid. Fue bautizado en la parroquia de san Jerónimo el Real con los nombres de Antonio José Ramón Pedro de la Santísima Trinidad.

Antonio es un niño bien educado. En ello han invertido sus padres gran esfuerzo personal y económico. Estudia en el Colegio Maravillas, de los Hermanos de la Salle. Colegio desaparecido en 1931, como tantos otros colegios, conventos y parroquias, que verán sus muros derribarse y sus ajuares pasto de las llamas ante los ataques de masas populares envenenadas por el odio a lo largo de los años 30. Para entonces Antonio ya era alumno, desde hacía un año, del Seminario de la Inmaculada y san Dámaso en Madrid. En efecto, a los 12 años, el niño comunica a sus padres su deseo de ser sacerdote. En el Seminario ubicado en las Vistillas cursará seis años de formación, truncada por la barbarie.

De la vida de Antonio en su etapa de seminarista poco sabemos. Todos los archivos fueron incautados por los milicianos y utilizados para localizar a los seminaristas y llevarlos presos antes de su ejecución. Sí se ha conservado su expediente académico, del que se deduce que no fue un alumno especialmente brillante.

Es bastante probable que Antonio estuviera entre los que, tras el retiro del día 18 de julio, hubieron de huir del seminario por la puerta de la huerta, ante el asalto del edificio por los milicianos de La Latina.

Según ha quedado en la tradición familiar, parece que la defensa de la iglesia del Carmen de Preciados del asalto de los milicianos es la causa inmediata de que vayan a buscar a Antonio a su casa. Sin duda también influyó que el padre de familia, Liberato, se hubiera negado a firmar la carta de adhesión al gobierno del Frente Popular en contra de la sublevación militar en 1935. Redada fructífera para los perseguidores, que en una sola visita se llevan a los dos: padre e hijo son detenidos, según consta en el atestado policial conservado en la Dirección General de Seguridad, por «conservar cartas en las que se revela el carácter religioso y patriota» de los arrestados. Esto es, estampas religiosas y documentos monárquicos, sin duda conservados por quien había sido condecorado como miliar en época de Alfonso XIII. En su domicilio Antonio es interrogado. La sospecha inicial se levanta por no estar alistado en el frente, siendo joven. A lo que responde Antonio que es seminarista, provocando su inmediata detención y puesta de ambos, padre e hijo, a disposición de la comisaría del distrito de Palacio. De allí pasan a la Dirección General de Seguridad, lugar donde no suelen estar los detenidos más de dos días, y donde se les toma la filiación. Son llevados después a la Cárcel Modelo, muy cerca de su domicilio familiar. Allí están un mes en condiciones lamentables. El avance de las tropas nacionales por la Casa de Campo y el traslado del gobierno a Valencia hacen que la Junta de Defensa decida trasladar a los presos de la Modelo. Entre los días 6, 7 y 8 de noviembre de 1936 son sacados del lóbrego lugar. No sabemos la fecha exacta, aunque la familia piensa que el 8 de noviembre son conducidos en autobuses, maniatados, hasta el Castillo de Aldovea, en Torrejón de Ardoz, donde son asesinados. Sus cadáveres no figuran entre los que fueron después identificados en 1939. Ambos fueron enterrados, como tantos y tantos otros, en el cementerio de los mártires de Paracuellos del Jarama.

Terminada la guerra, el nombre de Antonio es inmediatamente incorporado en la lista de los seminaristas que habían dado su vida en la persecución por su condición de eclesiástico.

En el colegio de Quintanilla de la Escalada, pueblo natal de Pablo, cursaban los estudios primarios todos los niños de los alrededores. Dirige el centro don Julio Pardo Pernía, sacerdote y tío de Pablo por parte de madre, quien lo bautizara a los pocos días de nacer en la parroquia de san Miguel, en la misma localidad. Sus padres son Guillermo Chomón Ruiz, jornalero, y Petra Pardo Pernía, llegada a Quintanilla cuando aún era una niña, junto a su hermano sacerdote, allí destinado.

No es Pablo hijo único. El matrimonio tuvo antes otro varón, Lorenzo. Ambos reciben una esmerada educación cristiana y humana, que culminaba con la posibilidad de realizar en el colegio de Quintanilla los dos primeros años de la formación eclesiástica, correspondiente a latín y humanidades, que eran después convalidados en el caso de iniciar estudios en el Seminario.

Los problemas no tardan en llegar. Entre sus padres las cosas empiezan a ir mal. Siendo aún muy pequeños Lorenzo y Pablo, la madre los toma consigo y se va a Madrid. El padre queda en el pueblo junto a una hermana soltera. Nunca más tuvo noticias ni de su mujer ni de sus hijos. De hecho, los da por muertos como consecuencia de la guerra. Llegan a Madrid la madre con los niños y se instalan en la calle de Maldonado, en casa de una hermana, Ángela, y un cuñado, Abundio. Los hijos de éstos, Pedro Martínez Pardo, sacerdote en Madrid, y Teodosio, seminarista, les facilitan las cosas a Pablo y a Lorenzo para su ingreso en el Seminario Conciliar de Madrid. Lorenzo sale al poco tiempo. Sin embargo Pablo estudia en este centro 12 años, entre los cursos 1924 y 1936. Es un alumno brillante: obtiene sobresaliente prácticamente en todo, además de participar muy activamente en la vida cultural del Seminario. Petra vuelve a cambiar de domicilio. Esta vez, aprovechando que don Julio, su hermano sacerdote, viene a Madrid como confesor de las Hermanas Hospitalarias de Ciempozuelos, se va a vivir con él. Allí pasa Pablo sus vacaciones, entre los comentarios de los vecinos que no han visto nunca al padre de familia. El propio párroco de Ciempozuelos informa sobre este dato para la admisión a tonsura de Pablo: «No conozco más dificultad que la de no vivir su padre con el interesado. Está domiciliado el aspirante a órdenes en este pueblo con su madre a la que no acompaña su esposo».

En julio de 1936, ya acólito, Pablo toma el tren que lo lleva a Ciempozuelos. Va a pasar sus vacaciones con su madre y su tío Julio. Las cosas en Madrid no van bien. El rector ha interrumpido la formación ante la revuelta situación del barrio de la Latina, donde se ubica el seminario. Pablo, como sus compañeros, ha sido formado en estos años para, si llega el caso, «ser imitador de la pasión de su Dios» (San Ignacio de Antioquía).

Al llegar a Ciempozuelos, Pablo descubre que se ha creado un comité integrado por dirigentes de UGT y la Casa del Pueblo. Los milicianos toman el control del pueblo. Practican tantas detenciones que el depósito del cementerio, primer lugar habilitado como prisión, se queda pequeño. Se habilita para ello la iglesia parroquial, junto con los edificios de las Hermanas Hospitalarias de San Juan de Dios, las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón y las Clarisas. Se detiene a otros dos sacerdotes, don Juan Manuel Navarrete y don Ginés Hidalgo. Pablo y su tío don Julio quedan libres por el momento. A los pocos días los primeros son liberados y los cuatro se refugian en el manicomio de mujeres de las Hospitalarias. Allí exponen el Santísimo todos los días. Emplean muchas horas de adoración, esforzándose para no contristar al Espíritu Santo, para que, continuando en ese lugar, los conduzca hacia el Señor (cf. Tertuliano).

Llegan malas noticias. Grupos de milicianos de Madrid se dirigen a Ciempozuelos a incautar los dos manicomios del pueblo. Tienen que actuar pronto: se reúnen los tres sacerdotes, el seminarista, las nueve monjas y algunos seglares para consumir el Santísimo y prepararlo todo para salir de allí. A don Julio no se le escapa el fin que les espera. Una de las hermanas recuerda años después las palabras que en estos momentos les dirigió el sacerdote: «Que seguramente con miras proféticas, el fundador había mandado colocar el altar de las dieciséis carmelitas mártires de la Revolución francesa que tenemos en un lateral de la iglesia, para que tomásemos valor y ejemplo y llegásemos a ser, si Dios nos pedía ese sacrificio, unas heroínas como ellas [...] “No temáis a los sicarios. Hermanas mías, arrepiéntanse de los pecados de toda su vida, que les voy a dar la absolución in articulo mortis”».

Pablo y don Julio, ahora en su casa, son respetados cuando los milicianos llegan a cumplir su cometido. No durará mucho la tranquilidad. Según cuenta Petra, la madre de Pablo y hermana de don Julio, «doce milicianos entran en casa y apuntando a ambos con un fusil, son obligados violentamente a salir de sus camas entre continuas amenazas». Los trasladan a la cárcel instalada en la iglesia parroquial hasta el día 7 de agosto, en que son asesinados en el término municipal de Valdemoro. Son inhumados en una fosa común en el cementerio municipal de Valdemoro, hasta su traslado, sin individuar, a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

No cabe duda ni de que fueron asesinados por su condición de eclesiásticos, ni de que tuvieron ocasión de prepararse para «este combate, en el que Dios vivo es el presidente; el Espíritu Santo, el preparador de atletas; la corona, de eternidad; el premio, de la sustancia angélica; la ciudadanía, celeste; la gloria, por los siglos de los siglos» (Tertuliano).

Los nombres del tío y del sobrino son recogidos en el boletín que la diócesis de Madrid-Alcalá realiza al finalizar la Guerra Civil.

Yo quisiera incendiar el orbe entero...
Yo quisiera volverme misionero
y al infiel tus “locuras” predicar...
Y morirme después martirizado...
¡Qué me importa, Jesús Sacramentado,
si al fin he conseguido hacerte amar!

Con estos versos, extraídos de una poesía recientemente recuperada, el seminarista Ignacio Aláez Vaquero expresa no sólo su celo apostólico y su amor a la Eucaristía, sino también su conciencia de la cercanía de una posible muerte de mártir en medio de un clima de persecución contra la Iglesia de la que finalmente fue víctima.

Nace Ignacio en Madrid un 1 de febrero de 1914 en la calle del Río, 16 interior. Hijo mayor del matrimonio formado por Evelio Aláez, de profesión peluquero y natural de Barruelo (Palencia), y Marina Vaquero, de Arévalo (Ávila). Es bautizado a los pocos días de nacer en la parroquia madrileña de Santiago y san Juan Bautista. Pero su vínculo parroquial quedará establecido en la Parroquia de san Millán y san Cayetano tras el traslado de la familia a la calle del Oso, 25 en el barrio de La Latina, cerca del Seminario Conciliar. En esta parroquia será bautizada María de la Consolación, su única hermana, y allí recibirán ambos la primera comunión y la formación religiosa. Con la familia vive la abuela paterna. 

La pertenencia de su padre, Evelio, a la Adoración Nocturna explica la intensa piedad eucarística de Ignacio, que vive a través de la participación en la Eucaristía, la comunión frecuente y la adoración del Santísimo Sacramento. Esta intensa vivencia de su relación con Cristo lo lleva a realizar obras de caridad, visitando y cuidando enfermos en algunos hospitales. Sorprenden también a sus allegados sus visitas frecuentes a monasterios de clausura del barrio. Parece que incluso sus padres no logran entender del todo el fervor y la entrega de su hijo.

Combina su vida de piedad con su formación humana en las Escuelas Pías de san Fernando, en el barrio de Lavapiés, un colegio con solera que tiene sus inicios en el siglo XVIII y que fue saqueado e incendiado al día siguiente de comenzar la Guerra Civil.

Entre sus aficiones, el arte: Ignacio pinta, repuja, esculpe y escribe, como muestran la poesía que acabamos de reproducir o la obra de teatro, desaparecida, El lobo de Gubbio, que escribió siendo seminarista. Durante un tiempo estuvo vinculado al taller del escultor Rafael Irurozqui, autor, entre otros, del primer proyecto del monumento del Cerro de los Ángeles, o del Sagrado Corazón que se encuentra en el presbiterio de la Colegiata de San Isidro.

En 1930 Ignacio ingresa en el Seminario Conciliar de Madrid, donde a su piedad y formación humana, recibidas en la familia y en la escuela, se van a unir ahora la formación sacerdotal que lo preparará para dar testimonio de su fe mediante el martirio, y donde estará matriculado seis cursos: cuatro de latín y dos de filosofía, además de continuar con sus visitas a enfermos y a religiosas del barrio. No le daría tiempo a más, pues tras la decisión del rector del Seminario, Rafael García Tuñón, de enviar a los seminaristas a casa en julio de 1936, Ignacio entregará su vida definitivamente, asesinado por su condición de seminarista. Por la cercanía de su casa, es más que probable que Ignacio, junto con otros seminaristas de la ciudad de Madrid y de los pueblos cercanos, asistiese al retiro del día 18 de julio, predicado en el Seminario por el párroco de san Sebastián de Carabanchel Bajo, don Hermógenes Vicente. Los acompañan el rector y el director espiritual del seminario mayor, don José María García Lahiguera, y don Hermenegildo López, director espiritual del seminario menor. Del contenido del retiro nada sabemos. Probablemente el martirio estuviera en boca del predicador, asesinado él mismo dos meses después por su condición de sacerdote. Todos tuvieron que huir aquel día por la puerta de la huerta, ante el aviso del portero del asalto al edificio por grupos de milicianos armados y llenos de odio a la Iglesia, como recuerda, años después, el propio don Hermenegildo. Varios edificios de la zona arden estos mismos días, entre ellos, la parroquia de la familia Aláez (san Millán y san Cayetano), la Basílica de Atocha, o la Colegiata de san Isidro, que entonces hacía las veces de catedral; una prueba más de que el odio de los perseguidores no es, o al menos no sólo es personal, sino ante todo contra la religión.

Ignacio se niega a esconderse en casa de un militar republicano que le ofrece protección. Pasan los meses y llega el 9 de noviembre. Un grupo de milicianos procedentes de la checa de Líster (llamada así por estar dirigida por el comunista Enrique Líster, y con sede en la calle Lista 29) practica un registro domiciliario en su casa. Ignacio es interrogado. Como en otros casos, las sospechas de los milicianos surgen al ver a un hombre joven que no está en el frente. Él no oculta que estudia para ser sacerdote. Y es detenido inmediatamente junto a su padre, acusado éste de ser fascista, tras un conflicto familiar. Junto a ellos se llevan a otros tres vecinos. La localización de Ignacio fue facilitada por haber incautado los milicianos del distrito de la Latina los documentos del seminario en los que constaban las direcciones de los seminaristas.

A partir de aquí les perdemos el rastro a Ignacio y a su padre. El procedimiento fue irregular, pues no fueron llevados a ninguna comisaría, ni a la cárcel, ni a la Dirección General de Seguridad. Sus nombres no aparecen en ningún registro. Volvemos a saber de ellos a la mañana siguiente, 10 de noviembre, al aparecer sus cadáveres en el Camino del Quemadero, en el pueblo de Fuencarral. Sus cuerpos son trasladados al Depósito Judicial de cadáveres y allí son fotografiados. Son inhumados en el cementerio de

Fuencarral. La hermana de Ignacio lo identificaría algo después tras ser exhumado el cadáver.

La fama de martirio de Ignacio nace con su muerte. Desde el principio, tanto familiares como seminaristas se han encomendado en sus oraciones a este muchacho que fue asesinado por su condición de seminarista, y han querido recoger reliquias suyas. La propia diócesis de Madrid lo incluyó en el Boletín eclesiástico de 1940, junto a todos los que habían muerto en su territorio como consecuencia de la persecución religiosa. Ignacio comprendió e hizo vida aquello que el sacerdote francés André Jarlan expresó años después en una de sus últimas cartas, antes de ser asesinado en Chile con estas palabras: «Los que hacen vivir son aquellos que ofrecen su vida, no los que la quitan a los demás. Para nosotros, la resurrección no es un mito, sino una realidad; este acontecimiento, que celebramos en la Eucaristía, nos confirma que vale la pena dar la vida por los demás y que nos corresponde hacerlo».

LOS MÁRTIRES DE BOADILLA TESTIMONIARON A CRISTO Y MURIERON SIN ODIO.

El domingo 17 de febrero, ante una abarrotadísima Iglesia de san Cristóbal de Boadilla del Monte, nuestro obispo don Ginés señaló que las dos notas que definen el martirio cristiano son, que mueren testimoniando a Cristo y perdonando a su verdugos.

La Misa de acción de gracias por el martirio de Benjamín Sanz, Melitón Morán y Miguel Talavera fue una acto precioso y emotivo. No es para menos, eran el párroco de Boadilla al estallar la Guerra Civil Española, el capellán de las MM. Carmelitas y un seminarista de 17 años, estudiante de filosofía. Todos fueron asesinados por odio a la fe en los primeros días del estallido de la guerra. Don Ginés señaló, que la única culpa que habían cometido los mártires fue ser discípulos de Jesucristo, ninguna causa política, ninguna causa ideológica, solo ser sacerdotes.

Resultó muy emocionante el testimonio de Susana Talavera, sobrina nieta del seminarista Miguel Talavera. Recordó como sus padres y abuelos nunca guardaron ni un ápice de odio hacia sus agresores. Sentían pena por lo pasado, pero no odio.

Al acabar la ceremonia habló el alcalde de Boadilla, don Antonio González Terol. Señaló, que el heroico testimonio de estos vecinos de Boadilla es una llamada a la unidad, a la concordia y a la reconciliación en nuestra sociedad.

Finalizamos encomendándonos a los mártires, colocando en el templo un nuevo cuadro realizado por Mónica Huerta a partir de sus fotografías y esperando que la Iglesia pronto les reconozca a nuestros mártires como beatos y santos.

Julio Rodrigo Peral
Párroco de san Cristóbal de Boadilla del Monte

Boadilla 2

El 20 de enero de 2019, festividad de San Sebastián, la comunidad de feligreses congregada en la Parroquia de San Sebastián Mártir de Carabanchel Bajo tuvo la oportunidad de honrar la memoria de tres sacerdotes mártires de esta parroquia que dieron su vida por la fe. Presidió la celebración el Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid.

Entre los diversos actos celebrados con motivo de la fiesta, se proyectó un video que narraba los acontecimientos vividos en la parroquia durante la década de los años treinta y presentaba las biografías del párroco Hermógenes Vicente Morales y los coadjutores, Valero Martínez Sanz y el Beato Agustín Navarro Iniesta, todos ellos mártires del siglo XX. A continuación, tuvo lugar la inhumación de los restos del Siervo de Dios D. Hermógenes Vicente. Como parte de esta ceremonia, el Delegado de las Causas de los Santos, D. Alberto Fernández Sánchez, procedió a la lectura de la “Auténtica”, documento que certifica la autenticidad de los restos mortales del siervo de Dios, ratificada a través de los estudios forenses llevados a cabo por el Instituto de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid, y que son depositados en la Parroquia de San Sebastián Mártir. Tras la lectura del documento se dispuso este junto con la arqueta que contiene los restos de D. Hermógenes bajo el altar de la Piedad, en uno de los laterales de la iglesia.

3Al finalizar el acto de inhumación, dio comienzo la celebración eucarística en la que se consagró el nuevo altar mayor bajo el que se depositaron las reliquias del que fuera coadjutor de la parroquia, D. Agustín Navarro Iniesta, declarado beato el 25 de marzo de 2017 (Mártires de Almería). En la homilía, el Obispo Auxiliar de Madrid D. Juan Antonio Martínez Camino, tuvo la oportunidad de destacar el testimonio generoso de estos mártires y su labor intercesora en favor de la comunidad parroquial de San Sebastián Mártir de Carabanchel Bajo:

“Los mártires son los testigos más formidables de la fortaleza cristiana, de la victoria sobre el miedo que esclaviza a quienes no confían en él”.
“Ya nos podemos encomendar también privadamente a la intercesión de los Siervos de Dios Hermógenes y Valero. Esperamos que su martirio sea también reconocido pronto por la Iglesia. Se ve que aquel párroco y vicario de esta parroquia estaban muy unidos. Como el beato Agustín, cuando en 1936 vino la persecución más fuerte, llevaban poco tiempo aquí”

“Hermógenes vuelve hoy a su parroquia de Carabanchel con la palma de los vencedores. Encomendadle vuestro camino como comunidad parroquial que quiere ir junta, unida en la caridad, a la Gloria”

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