Estudia en el Seminario Conciliar de Madrid. Ordenado sacerdote en Madrid en 1920 y nombrado coadjutor de Nuestra Señora de la Asunción, de Navalcarnero. Cura regente de San Andrés Apóstol de Fuentidueña de Tajo en 1928. Coadjutor de San Ramón Nonato, en el Puente de Vallecas. Allí la tensión fue en aumento desde 1931. La puerta de la iglesia fue incendiada en marzo de 1936. El 18 de julio el templo fue asaltado y saqueado. El párroco, don Emilio Franco Prieto fue detenido el 9 de agosto. Don Mariano fue apresado el 15 de octubre en su domicilio y encarcelado en San Antón, donde dio grandes muestras de caridad, de donde fue finalmente sacado para su fusilamiento en Paracuellos de Jarama junto con Emilio Franco y otros religiosos, incluido el beato Avelino Rodríguez, el 28 de noviembre.
Estudió en el Seminario Conciliar de Astorga y, luego, Derecho Canónico en Madrid. Ordenado sacerdote en el seminario de Palencia el 14 de febrero de 1894. Ejerció primero en diversos lugares de Astorga. En diciembre de 1894 se traslada a Madrid, por motivos de estudios y allí ejercerá en la Parroquia de Santa María (cripta de La Almudena), al tiempo que en el Patronato de Obreros de los Sagrados Corazones. Es condecorado por su asistencia a las víctimas del atentado terrorista contra los reyes en 1906. Cura regente de Nuestra Señora de los Ángeles en 1918. Hacia 1922 es nombrado párroco de San Ramón Nonato, en el Puente de Vallecas. Acometió diversas iniciativas sociales en el depauperado barrio de Vallecas, como comedores sociales, bibliotecas, o la campaña de solicitud de ayuda que trascendió a la prensa ante una grave crisis de hambre en el barrio. El 9 de agosto de 1936 fue detenido por la brigada criminal de García Atadell, tras lo cual pasó tres meses en la cárcel de San Antón, donde fue juzgado. Su interrogatorio concluye cuando se declara sacerdote y el lugar donde ejerce su ministerio. Fue atado junto con 10 hospitalarios, 13 oblatos y 12 agustinos, 7 sacerdotes seculares y otros religiosos y conducidos al lugar de fusilamiento, antes de lo cual uno de ellos afirmó que eran conducidos al Calvario igual que hicieron con Jesucristo.
Estudia en el Seminario Conciliar de Zaragoza. Ordenado sacerdote en Zaragoza en 1906. Beneficiado tenor y organista segundo de la Santa Iglesia Prioral de las Órdenes Militares (catedral de Ciudad Real 1909-1914). Beneficiado tenor de la Catedral de San Isidro (Madrid) de 1914 a 1935 y luego beneficiado de gracia. Capellán de la Sociedad angélica del Sagrado Corazón, para señoras retiradas (1914); de las Concepcionistas franciscanas del convento de La Latina en 1916. Organista de la parroquia de San Pedro el Real-La Paloma. Director del coro del Rosario de Nª Sª del Pilar y del coro del Apostolado de la Oración de la catedral de Madrid. Director de música de la catequesis en la misma catedral de San Isidro. Cultivó la música sacra y transcribió cantos populares y jotas de su tierra aragonesa. Tras ser asesinado el 21 de septiembre, su cuerpo fue hallado apilado con otros y acribillado a balazos.
En 1892-1901 estudia en el Seminario Conciliar de Teruel y en el Seminario Pontificio de Zaragoza. Ordenado en Teruel, a título de beneficio, en las témporas de la Trinidad de 1904. Detenido el 13 de agosto de 1936 en su domicilio y encarcelado en la cárcel de Porlier. Fue mayordomo de fábrica de la parroquia madrileña de San Ginés. Siendo varias veces detenido, pasó por último a la prisión de Porlier, y allí sufrió numerosas vejaciones en unión de su hermano, también sacerdote. La noche del 9 de noviembre fueron sacados ambos sacerdotes de la prisión y fusilados junto con otros dos sacerdotes y un seminarista en las tapias del cementerio de la Almudena.
Estudios eclesiásticos en Oviedo y el Seminario de El Escorial. En Madrid simultaneó la licenciatura en Derecho con Historia y varias filologías. Sacerdote en torno a 1866. Bibliotecario del Real Monasterio de El Escorial. Preceptor del príncipe Antonio de Orleans y de Alfonso XIII. Canónigo de la catedral de Toledo y secretario de cámara del cardenal Juan Francisco Moreno. Confesor de la Reina María Cristina. Deán del cabildo de Madrid. Ministro de Justicia en 1891. Juez y luego Decano del Tribunal de la Rota Española. Gran erudito políglota y autor de una decena de obras de carácter histórico y religioso. Fallece en octubre de 1936 a causa de los malos tratos recibidos cuando los milicianos fueron a apresarlo a su domicilio. Él se resistió con grandes voces y gestos y acabaron desistiendo, pero moriría poco después a consecuencia de la violencia sufrida, así como del abandono y carestía en que le dejaron dada su muy avanzada edad.
Estudia en el seminario de Burgos y en la Universidad Gregoriana de Roma. Es ordenado sacerdote en Roma el 29 de junio de 1915. Solicita traslado a Madrid en 1925. El 13 de febrero de 1929 fue nombrado canónigo archivero y bibliotecario de la Catedral de San Isidro. Muy buscado por los milicianos, porque lo creían poseedor de llaves y documentos del obispado, fue uno de los cuatro que, previsoramente, había emparedado la urna con el cuerpo de San Isidro. Guardó fielmente el secreto, aun a costa de su vida. Fue encarcelado en la prisión de Porlier, y sacado de allí, el 19 de noviembre de 1936, para ser asesinado en Paracuellos de Jarama.
Liberato perdió a sus padres cuando tenía tan solo 10 años. Nace en Valen- cia el 15 de octubre de 1875. Su padre, José, había sido Guardia Civil. Su ma- dre se llamaba Rita. Liberato es bautizado en la parroquia de la Purísima de la ciudad del Turia. Cuatro años después nacería Josefa, la pequeña de la familia.
José muere en Cuba, a donde había sido destinado tras ser ascen- dido a alférez. Poco después, la epidemia de cólera que sufre Valencia en 1885 siega la vida de Rita. Dos huérfanos, Liberato y Josefa, de 10 y 6 años respectivamente quedan a cargo de un tutor, un capitán de la Guardia Civil retirado, Antonio Martínez Pérez.
No sale el niño del ámbito militar. En 1887 ingresa en el Colegio de Huér- fanos de la Guardia Civil, en la localidad madrileña de Valdemoro. A partir de este momento, inicia una carrera de ascensos y cambios de destino que lo llevan a la Comandancia de su Valencia natal, donde conoce a Serafina Fernández Shaw, de origen gaditano. Se casan en Cullera, en la parroquia de los santos Juanes. No acaban ahí los ascensos de Liberato. La nueva familia se traslada a Cádiz, Almería, El Escorial, Pontevedra y Madrid, donde nacerá Antonio, nuestro seminarista. No fue Antonio el único hijo nacido de este matrimonio, que trajo al mundo cuatro niños y una niña. Salvo el pequeño Liberato todos mueren pronto: Carlos y Gabriel en el frente; Pepita muere muy pequeña; y Antonio, víctima de la persecución religiosa.
En 1931 Liberato promete lealtad al régimen republicano. De no ha- berlo hecho, habría sido jubilado en aplicación de la ley Azaña en mate- ria militar, que pretende, sobre todo, republicanizar al ejército. Al poco de ser proclamada la República, el Ministro de Guerra obliga, por decre- to, a prestar promesa de fidelidad al nuevo régimen para quienes qui- sieran continuar la carrera militar. Quien se opuso, pasó directamente al retiro. Aunque Liberato trabajó hasta 1935 para el gobierno republica- no, parece que al final debieron existir ciertas tensiones, a pesar de no tener filiación política alguna. El gobierno del Frente Popular, a través del General Joaquín Rodríguez Mantecón, le solicita una firma de adhe- sión frente a los militares sublevados. Liberato se niega, probablemente por el tinte antirreligioso que estaba tomando la situación.
Muy unido está a su hijo pequeño, Antonio, seminarista. Y esta unión va a quedar sellada viviendo la misma muerte. Ambos son víctimas de la persecución religiosa. La tradición familiar ha conservado la memoria de la decisión de Liberato de acompañar a su hijo a donde se lo lleva- sen. Se une a su decisión el haber encontrado entre sus pertenencias documentos monárquicos, algo normal por otra parte para quien había servido como militar y había sido condecorado durante el reinado de Alfonso XIII. Tras pasar por la comisaria de Palacio, la Dirección General de Seguridad y la Cárcel Modelo, la Junta de Defensa ve peligrosa su permanencia en este lugar por la cercanía de la línea de frente del ban- do nacional. Un avance de los enemigos haría engrosar sus filas con los presos de la Modelo. El traslado se convierte en masacre. Los nombres de Liberato y de su hijo Antonio figuran entre los trasladados entre los días 6 a 8 de noviembre de 1936. La familia cree que fueron asesinados ambos el día 8 de noviembre en el Castillo de Aldovea, de Torrejón de Ardoz, y enterrados más tarde en una fosa común en el cementerio de los mártires de Paracuellos del Jarama.
Sólo entre su familia se mantuvo la memoria de su martirio y su de- cisión de acompañar a su hijo en su misma suerte. Su nombre ha sido recientemente rescatado del olvido de la historia e incorporado entre los mártires de la persecución religiosa.
Quien cuidó como un padre de su sobrino Pablo, seminarista, y vivió su mismo fin nace en Pampliega (Burgos) el 14 de enero de 1873. Hijo de los comerciantes burgaleses Juan Pardo y Juana Pernía, recibe el bautismo en la parroquia de su pueblo natal.
Con trece años ingresa en el Seminario diocesano de san Jerónimo de Burgos, donde está matriculado durante ocho cursos. Tras obtener la dis- pensa del Papa León XIII por no llegar a la edad canónica requerida, es or- denado presbítero el 8 de junio de 1895. Inicia su actividad pastoral en la parroquia de Valles de Palenzuela y en 1897 es nombrado párroco de san Miguel de Quintanilla de Escalada, donde se hace cargo también del cole- gio-preceptoría, erigido por el director del Banco de España y puesto bajo el patronato del Arzobispado de Burgos. Ofrece la posibilidad de estudiar latín y humanidades como preparación para ingresar en el Seminario diocesano. Su celo pastoral lo lleva a crear también una Asociación dedicada a la cate- quesis y a las misiones populares.
Con don Julio se traslada a Quintanilla su familia. Petra, su hermana me- nor y madre de Pablo, conoce en este pueblo a Guillermo Chomón, con quien contrae matrimonio, naciendo de esta unión Lorenzo y Pablo. Ambos son educados por su tío y preparados para ingresar en el seminario. De entre todos sus sobrinos, cuatro ingresan en el Seminario de Madrid, y dos son ordenados sacerdotes. No lo serán Lorenzo, que sale pronto del Semi- nario, ni Pablo, que sufre la muerte de manos de los perseguidores de la religión siendo aún acólito.
A la persecución durante el periodo republicano, de cuya legislación se deriva el cierre de su colegio-preceptoría, se une el dolor por la separación matrimonial de su hermana, que se traslada con los dos niños a Madrid. Se- guramente sus sobrinos colaboran en buscarle un destino cerca de la nueva residencia de la familia. Y don Julio es nombrado confesor de las Religiosas Hospitalarias de Ciempozuelos, para lo que, según el Código de derecho canónico de 1917 se requiere «sacerdotes con licencias de sus superiores, que sobresalgan por su prudencia e integridad de costumbres, que además hayan cumplido los cuarenta años de edad». La buena reputación de don Julio, y su fama de santidad es percibida incluso por los que le causarán la muerte más adelante, quienes lo describen a una de las hermanas Hospita- larias diciendo: tienen ustedes por confesor a un santo.
Su hermana Petra se traslada a vivir con él a Ciempozuelos, dejando la casa que hasta entonces la había acogido y donde había vivido con su her- mana Ángeles y su cuñado Abundio, padres del sacerdote Pedro Martínez Pardo, y del seminarista Teodosio Martínez Pardo.
El resto de su vida transcurre paralela a la de Pablo, su sobrino semina- rista. Ambos entregan su vida en Valdemoro. Siendo don Julio una persona hasta cierto punto desconocida en la diócesis, también su nombre aparece en la lista de personas que durante la persecución religiosa son asesinados por su condición de eclesiástico.
Ramón asistió a la escuela de su pueblo, como todos los niños de su entorno, pero enseguida se vio obligado a alternar el estudio con el cui- dado del campo, algo habitual entre las familias de labradores en aquella época. Había nacido en Peal de Becerro, en la provincia de Jaén, un 21 de mayo de 1912. Son sus padres Ramón Ruiz Moreno, agricultor, y Francisca Pérez Martín, dedicada a sus labores. Lo llevan a bautizar a la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, y le ponen el nombre de Ramón del Socorro. Allí mismo recibirá la Primera Comunión y la Confirmación, pero no tenemos constancia de las fechas, por haber sido destruido el archivo parroquial.
Con trece años acude al Seminario de Toledo, diócesis a la que perte- nece su pueblo hasta 1954, cuando Pio XII firma la anexión del Adelantado de Cazorla (región a la que civilmente estaba vinculada la localidad) a la diócesis de Jaén. No conocemos el motivo por el cual no llegó a ingresar allí, sino en el Seminario menor San Felipe Neri, en Baeza. Destaca por su buena conducta, aunque no por su brillantez académica. Durante los cuatro años que permanece en Baeza llega con ciertas dificultades al tercer curso de latín. Solicita su traslado al seminario de Toledo, donde cursa a partir del año siguiente cuarto de latín, tres cursos de filosofía y tres de teología. Obtiene ahora buenas calificaciones, que debe mantener para conservar la beca de residencia que le han concedido, y que lo obliga además a alter- nar sus estudios con tareas de fámulo. Tras recibir en 1936 de manos de su arzobispo, el Cardenal Gomá, la tonsura y las cuatro órdenes menores, marcha a su casa a pasar las vacaciones con su familia, donde lo sorprende la persecución religiosa.
La catedral de Jaén es habilitada como cárcel en agosto, al quedarse pe- queña la prisión provincial ante la cantidad de detenidos provenientes de toda la provincia. Allí son conducidos Ramón y el párroco de Peal de Be- cerro, Don Lorenzo de Mora, tras ser arrestados por ser seminarista uno, y sacerdote el otro. No dejan los milicianos de profanar la iglesia parro- quial, destruyendo todos los objetos religiosos. En la catedral convertida en prisión se hacinan cerca de mil personas, bajo condiciones extremas de alimentación e higiene. Entre ellos, el obispo de la diócesis, el hoy beato mártir Manuel Basulto, junto a un número elevado de sacerdotes.
Durante los días de prisión no se interrumpió nunca el culto divino. «Aprovechando algunos ejemplares del brevario, escapados del pillaje de los usurpadores, los sacerdotes presos se ingeniaron para rezar el oficio di- vino. Pero a esto y a las devociones privadas hubo forzosamente de reducirse todo, dadas las pocas facilidades que para cualquier reunión clandestina podían ofrecer la nave o la sacristía», según cuenta Antonio Montero en su Historia de la persecución religiosa. De esta manera, son reconfortados por la oración, «tomando las ramas la savia del árbol de la cruz del Señor, convirtiéndose en plantación de Dios que da un fruto incorruptible» (San Ignacio de Antioquía). El contacto de Ramón con los sacerdotes y el obispo, que con él comparten la misma suerte, ayuda a todos a afrontar un destino que con facilidad intuyen, «distribuyéndose entre los necesitados lo que ellos tenían en abundancia» (Eusebio de Cesarea).
Un artículo publicado en el Diario de Jaén en 1949 narra, de mano de uno de los sacerdotes presentes en la catedral, la solemne salida del templo del obispo, el seminarista y más de un centenar de reclusos, con destino a la prisión de Alcalá de Henares, a la que nunca llegarán:
«Una larga hilera de presos esperaban la orden de marcha. El señor obis- po con sus familiares atravesó estas filas de presos, compañeros de su viaje y que también habrían de serlo de su martirio, los cuales inclinaban la cabeza al paso del prelado en señal de profundo respeto. El señor obispo les iba bendiciendo disimuladamente hasta la puerta de salida, en que dirigió una mirada a la capilla en donde se custodiaba la reliquia del Santo Rostro. ¡Cómo entendimos los que lo presenciamos lo que quería decir aquella mirada!».
Leocadio Moreno y Felipe Galdón, dos laicos detenidos y presos en la catedral, iban en ese mismo tren con dirección a Alcalá de Henares. Testi- gos presenciales de lo ocurrido, narran los terribles sucesos ocurridos en el trayecto:
«Nos trasladaron en unión del Ilmo. Sr. Obispo de Jaén, el Deán y una hermana y cuñado del obispo. Partió el tren hacia Madrid siendo insulta- dos todos los ocupantes del mismo en todas las estaciones del trayecto por las hordas rojas, las cuales querían sacar al obispo para asesinarlo [...]. Al llegar a las inmediaciones de Villaverde Bajo fuimos detenidos por las turbas. Pedían a las fuerzas de la Benemérita que nos custodiaban que nos dejasen en su poder. Supe que hablaron por teléfono con el Ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, que había dado órdenes de que nos entregasen a aquella horda de salvajes. A unos ochocientos o mil metros de allí comenzaron a asesinar, siendo el primero el obispo, su hermana y su cuñado».
En aquel lugar, llamado el Pozo del Tío Raimundo, es asesinado también el seminarista Ramón Ruiz Pérez. Los cadáveres son recogidos en camione- tas y enterrados en el cementerio de Puente de Vallecas. Terminada la Gue- rra, los cuerpos de quienes viajaron en el Tren de la muerte son devueltos a la catedral de Jaén e inhumados en la capilla del Sagrario.
La entrega martirial de Ramón ha quedado diluida históricamente por las circunstancias de su propia biografía: natural de Jaén, donde inicia sus estudios eclesiásticos antes de pasar al Seminario de Toledo, entrega su vida lejos de estos escenarios, en Madrid. No cabe, sin embargo, la menor duda de que su asesinato se debe a su condición de seminarista y no a ra- zones políticas o de otro tipo. De hecho, en la placa que se coloca en la ca- tedral de Jaén cuando son trasladados allí los restos de los asesinados en el Tren de Jaén, figura su nombre bajo el título Relación de mártires inmolados por Dios y por España cuyos gloriosos restos yacen bajo el signo de la Santa Cruz trazada en el suelo.
De los ocho hermanos Arrizabalaga Español, tres van a ser especialmen- te objeto de persecución: Mariano, seminarista, Rafael y Lorenzo, por su militancia en la Acción Católica. Había nacido Mariano en Barbastro (Hues- ca) el 11 de mazo de 1915. Fue bautizado en la catedral de aquella ciudad con los nombres de Mariano Víctor Joaquín José Manuel.
Su padre, Joaquín, zaragozano, es capitán de infantería. Esta condición hace que junto con su mujer, María Teresa y sus ocho hijos se trasladen por toda la geografía española, destacando la estancia en Ceuta, donde es he- rido en la guerra y donde Mariano descubre su vocación al sacerdocio. Una de las principales preocupaciones para la familia es la instrucción de sus hi- jos, sobre todo para don Joaquín, especialmente sensibilizado con la nece- sidad de formación humana e intelectual al estar dedicado a la instrucción de los militares analfabetos. Acuden para ello a los Padres Agustinos en Ceuta, y tras su regreso a Barbastro, a los Escolapios. Para entonces, Maria- no ya ha descubierto su vocación. Don Joaquín lo convence para que aplace su decisión hasta después de concluir sus estudios de Bachillerato. Llegado este momento, solicitan su ingreso en el Seminario Pontificio de Comillas, regentado por los jesuitas. Allí inicia su formación en 1929 como semina- rista de Barbastro. El plan de estudios es similar al del Colegio Español de Roma, o al de la Universidad Gregoriana: cinco cursos de letras humanas, esto es, literatura española, latina y griega; tres de filosofía y ciencias, cua- tro de teología y tres de derecho canónico.
El día a día propio de un periodo formativo se va a ver interrumpido pronto. La Constitución de 1931 proscribe las asociaciones cuyos miembros presten obediencia a cualquier entidad ajena a la República. Su artículo 26 dice así: «Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados afectados a fines benéficos y docentes». Se está atacando frontalmente a la Compañía de Jesús por el cuarto voto de obediencia al Papa. El presidente de la República por medio del ministro de justicia, Fernández de los Ríos, ordena la disolución en todo el territorio nacional de la Compañía fundada por Ignacio de Loyola. To- dos los jesuitas dejan de vivir en sus casas y sus bienes pasan al patrimonio del Estado. La Universidad Pontificia de Comillas y el Seminario se vieron afectados parcialmente: los jesuitas que los regentan tienen que abandonar el centro el 2 de febrero de 1932, pero el inmueble permanece en manos eclesiásticas, por pertenecer tanto la Universidad como el Seminario a la Santa Sede.
Durante este tiempo, otros acontecimientos, esta vez familiares, van marcando la vida de Mariano. Su padre, en cumplimiento del decreto gu- bernativo de 22 de abril de 1931 firma su adhesión al gobierno de la Re- pública. Ese mismo año, don Joaquín pasa a la reserva al acogerse a la ley Azaña de 25 de abril. Pretendía el Ministro de Guerra modernizar el ejérci- to. Permite a los oficiales pasar a la reserva y al retiro con solo solicitarlo. El descanso no le va a durar mucho. En 1934 toda la familia se traslada a Madrid para tratar una enfermedad del padre de familia. Alquilan un piso en la calle de Martín de los Heros, hasta encontrar su residencia definitiva en la calle de Benito Gutiérrez. La familia destaca por su compromiso cris- tiano. Dos hermanos de Mariano, Joaquín y Rafael, de los primeros afiliados de la Acción Católica de Barbastro militan ahora en el Centro del Corazón de María que acababa de llegar a Madrid. Este mismo año fallece don Joaquín.
El inicio de la Guerra Civil sorprende a Mariano en Madrid por estar aho- ra aquí su familia. Por eso ha sido incluido entre los seminaristas mártires de esta Causa. Llega a casa pocos días antes del asalto del Cuartel de la Montaña, el 20 de julio de 1936, seguramente ajeno a las vicisitudes simila- res que están viviendo los seminaristas madrileños.
La familia está siendo fuertemente acosada por los frentepopulistas, sobre todo por la militancia de Joaquín y Rafael en la Acción Católica. Este último es incluso detenido y llevado a declarar a la checa del Palacio de Rodas en la calle Españoleto. Joaquín permanece escondido hasta su ingreso en la Emba- jada de Chile, donde muere por causa de los padecimientos y la desnutrición.
El 5 de octubre es practicado un registro domiciliario y son detenidos Mariano, su hermano Rafael y un cuñado. Son llevados a la checa de Fo- mento, donde permanecen varios días, y desde donde son trasladados a la Dirección General de Seguridad, antes de ser recluidos en la Cárcel Modelo el 9 de octubre, según el testimonio del sacerdote redentorista José María Ibarrola, preso con ellos en la Galería 5a de la misma prisión. La razón de la detención de Mariano, sin afiliación política alguna y prácticamente recién llegado a Madrid, no puede ser otra que su condición de seminarista.
Permanecen en la Modelo un mes aproximadamente, pues Mariano figura en las sacas practicadas entre los días 7 y 9 de noviembre. En ese tiempo, los allí detenidos se dieron ánimos unos a otros para dar testimo- nio de su fe. En un autobús de la Sociedad Madrileña de Tranvías Mariano es trasladado al castillo de Aldovea, en Torrejón de Ardoz. Aún quedaban muchos cadáveres sin enterrar en Paracuellos del Jarama de los asesinatos de la noche anterior. Convenía cambiar el lugar de las ejecuciones. De las declaraciones juradas ante el tribunal de la causa general de Madrid ex- traemos el clima general de horror en medio del cual brilla la luz de quienes entregan su vida al grito de ¡viva Cristo, Rey! Los testigos declaran que «el primer convoy formado por cinco autobuses de dos pisos llegó al Castillo de Aldovea. Los detenidos, con las manos atadas a la espalda, fueron bajados y colocados de espaldas. En grupos de unas veinticinco personas iban siendo fusilados hasta acabar con todos. El capitán hacía sonar un pito y los de la gorra hacían la descarga. Antes de disparar los milicianos los fusilados grita- ban “viva Cristo Rey”. Llegaron otros tres autobuses. Sus ocupantes fueron asesinados hasta completar el número de cuatrocientos catorce muertos. El capitán dio orden de dar sepultura a los cadáveres. Como ya estaban en el caz, la labor se limitó a echar un poco de tierra por encima. Así permane- cieron, casi insepultos hasta 1939».
El 15 de diciembre de 1939 fue posible la identificación del cadáver de Mariano gracias a la cartilla militar que conservaba en uno de los bolsillos de la ropa. Su hermana lo reconoció también por la camisa que llevaba. Ambas reliquias, empapadas en la sangre del mártir, fueron donadas al Se- minario de Madrid en septiembre de 2017 por doña Beatriz Arrizabalaga, sobrina de Mariano. El cadáver fue trasladado al cementerio de los márti- res de Paracuellos del Jarama, donde recibió sepultura en una de las fosas comunes.
La fama de martirio de Mariano está vinculada sobre todo a su familia y a Comillas, que lo incluye en una placa con los nombres de los mártires del Seminario Pontificio.