Hijo de Gregorio, sacristán y maestro, y de Clementa. Su hermano Alejandro, cuatro años mayor, fue también sacerdote de Madrid. Ingresa con nueve años en el Seminario Menor de Alcalá, y termina sus estudios en el Conciliar de Madrid. Ordenado sacerdote el 3 de junio de 1928, cae enseguida enfermo, lo que le obliga a trasladarse, sin cargo alguno, a las Jerónimas de la calle Lista, donde Alejandro era capellán. Se dedica a la oración y a la lectura de los místicos españoles.
Allí conoce a Manuel Sanz (el hoy beato mártir Manuel de la Sagrada Familia), quien planeaba la restauración de los Jerónimos, que llevará a cabo en el monasterio de El Parral, en Segovia. Cipriano se entusiasmó con la idea de irse con ellos, pero no obtuvo el permiso del Obispo. Siguió con Alejandro en su nuevo destino de capellán de las Clarisas de San Pascual, del paseo de Recoletos, donde se dedicó a oír confesiones. Allí orientó la vocación de la hoy venerable sor Cristina de la Cruz de Arteaga (1902-1984), impulsora y fundadora de muchos monasterios de Jerónimas. Ella escribiría luego sobre la vida y martirio de don Cipriano.
Nombrado párroco de Villa del Prado, tuvo que regresar de nuevo a las Clarisas. En 1935, cuando estaba ya decidido a unirse a la nueva fundación jerónima en Alcalá, la obediencia lo lleva al lugar en el que subirá a su Calvario: la parroquia de El Pardo.
El 21 de julio de 1936 don Cipriano y su coadjutor, el joven sacerdote Joaquín, de 24 años, son apresados cuando, disfrazados con monos, trataban de coger un autobús. Pasaron treinta días en el calabozo municipal. Don Cipriano hacía largas horas de oración y alentaba a los compañeros de prisión con pláticas sugerentes y hasta festivas. El coadjutor ha contado que, cuando él se rebelaba a veces contra sus carceleros, Cipriano le decía: Hay que perdonar. Tenemos que estar dispuestos a lo que Dios quiera, a darle la vida si es preciso...
El 18 de agosto, de madrugada, milicias de Madrid llegaban al Pardo exigiendo que les entregasen al cura. Lástima que no tengas sotana - le dijeron. Él debió sentirlo también. Lo subieron en un coche por la áspera cuesta del Cristo del Pardo. Junto a los Capuchinos está la capillita del cementerio, frente a la que lo situaron. Los mismos asesinos contaron que les dijo que los perdonaba de corazón. Y, luego: Ahora dejadme que me recoja un momento con mi Dios. Arrodillándose con el rosario en las manos, alzó los ojos al cielo unos instantes. - ¿Estoy así bien colocado? Le respondió una descarga cerrada. Ya en tierra don Cipriano añadió: Podéis tirar todavía... no me habéis matado. Y recibió el golpe de gracia.
Sor Cristina y don Alejandro se preocuparon de recuperar el cuerpo de Cipriano, que hoy descansa en la cripta del monasterio de las Jerónimas, en el Goloso.
El 18 de marzo de 2017 se abrió en Madrid el proceso diocesano de canonización de Cipriano Martínez Gil y 55 compañeros, que podrían ser beatificados próximamente como mártires del siglo XX en España. En esta página puedes conocer quiénes son y cuál fue su muerte martirial. También puedes colaborar con la Causa orando por su éxito, ofreciendo más información o aportando tu ayuda económica.
Al final del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto a ser de nuevo Iglesia de mártires. San Juan Pablo II no se cansaba de recordarlo. La Iglesia de Cristo, el Testigo fiel, nunca ha dejado de ser Iglesia de mártires, de testigos de sangre. Pero en el siglo XX fueron centenares de miles los cristianos de todas las confesiones - católicos, ortodoxos, armenos, protestantes, anglicanos, etc. - los que ofrecieron el testimonio supremo del amor a Dios uniendo su propia sangre a la preciosa sangre del Salvador. En Armenia, Rusia, Méjico, España, Centro Europa, China, etc. millones de bautizados fueron llevados a la muerte por ser seguidores del Dios crucificado.
En la España de los años treinta del siglo pasado dieron su vida como testigos de la fe unos 4.000 sacerdotes y seminaristas seculares, 3.000 consagrados y consagradas y bastantes miles de laicos comprometidos. De ellos, en estos últimos años, cerca de 2.000 han sido elevados a los altares como santos y beatos.
En 1936, cuando arrecia la persecución, había en Madrid 1.118 sacerdotes seculares, de los cuales fueron martirizados 379, lo que equivale al 33,9 % del clero secular madrileño. Estos casos están siendo estudiados uno por uno y próximamente, si Dios quiere, será publicado un Martirologio matritense del siglo XX, que recogerá los datos biográficos fundamentales de todos los sacerdotes y seminaristas mártires de Madrid.
Cipriano Martínez Gil, joven sacerdote de 31 años, era el párroco de El Pardo, cuando alcanzó la palma del martirio el 18 de agosto de 1936. A él, como a los otros 48 sacerdotes incluidos en este grupo, la muerte martirial no los cogió por sorpresa:
“¡Ya no basta sembrar! - decía Cipriano. Los santos no sólo sembraron. Se sembraron... Dieron su vida por su obra, a imagen de Cristo, que la dio por su Iglesia. Si el grano de trigo no cae en tierra... no dará fruto. ¡Sembrarse!...”
Estos 49 sacerdotes van acompañados de 7 familiares suyos que fueron asesinados junto con ellos. Son los padres y una hermana de Ildefonso Monterrubio, párroco de San Martín de la Vega; dos hermanos de Carlos Plato, párroco de Canillejas; el padre de Manuel Calleja, vicario parroquial de Pinto; y una sobrina de Isidro de Miguel, párroco de Aranjuez.
Por ahora, hablando de los sacerdotes y laicos que se presentan en esta página, empleamos la palabra “mártir” en un sentido amplio. Ciertamente sus familias y quienes tuvieron o tienen noticia de su vida y muerte los tienen por testigos heroicos de Cristo, que han derramado su sangre por Él. El Cardenal Arzobispo de Madrid, al firmar el decreto de introducción de su Causa de canonización, se hizo eco de esta fama de martirio y la corroboró. Pero la Iglesia todavía no se ha pronunciado definitivamente al respecto.
Sin embargo, tanto el Cardenal don Carlos Osoro Sierra, como el Obispo de Getafe, don Joaquín López Cánovas del Castillo - en cuya diócesis residían 20 de los siervos de Dios incluidos en esta Causa - aconsejan vivamente que todos, en nuestras oraciones privadas, pongamos como intercesores a estos hermanos nuestros en la fe y que pidamos la gracia de su pronta beatificación.
La Iglesia es la comunión de los santos; es el pueblo de Dios peregrino, unido de muchos modos a los hermanos y hermanas que ya han alcanzado la patria de la Gloria. En el camino, ellos nos animan con su ejemplo y nos ayudan con su intercesión. En particular, los mártires, a quienes la Iglesia - como dice el Concilio Vaticano II - después de la Virgen y los Apóstoles, profesa la mayor veneración entre los santos.
Juan Antonio Martínez Camino
Obispo auxiliar de Madrid
Madrid, 28 de julio de 2017
San Pedro Poveda,
sacerdote y mártir