Entre las provincias de Cuenca, Alba- cete y Ciudad Real, en la localidad agríco- la y ganadera de Socuéllamos nace, un 20 de febrero de 1913, el segundo de los hi- jos del matrimonio formado por Timoteo y Carmen. Lo bautizan en la parroquia del pueblo y le ponen el nombre de Cástor.
Familia humilde de jornaleros que no escatima esfuerzos para la forma- ción de sus hijos. Piden ayuda al maestro, don Pedro José del Amo, que había abierto una escuela en la que compaginaba la instrucción académica con la vida de piedad. Aquel maestro, que dejó un profunda huella en el co- razón de nuestro seminarista, va a ser el instrumento elegido por Dios para que Cástor descubra su vocación. En el informe que le solicita el Obispado de Madrid antes de la admisión de Cástor a la tonsura, el párroco de Socué- llamos dice: «Desde sus primeros años ha demostrado inclinación al estado eclesiástico». Inclinación que se ve reforzada por el ambiente religioso que se respira en su familia. Timoteo, su padre, y también Pedro José, su maes- tro, pertenecen a la Adoración Nocturna, calando el ambiente eucarístico en el corazón del muchacho.
Don Pedro José prepara a Cástor para el ingreso en el Seminario, no sólo espiritual, sino también materialmente: consigue para él una beca de me- dia pensión y una benefactora que cubra el resto de los gastos. No sabe- mos si ingresó en un primer momento en el Seminario de Ciudad Real y se traslada después al Conciliar de Madrid. El caso es que en este último se conserva su expediente desde segundo de latín hasta cuarto de Teología. Un total de 10 años de formación, truncada por la guerra. Alumno brillante, que combina su pasión por el saber con el espíritu de esfuerzo aprendido desde niño en una familia que ha de trabajar mucho para salir adelante, Cástor obtiene varios premios extraordinarios: uno por el estudio del latín y otro por el estudio de Teología Dogmática. El 6 de junio de 1936 recibe el subdiaconado en la capilla del Palacio Episcopal.
De las cartas enviadas a sus padres y conservadas por la familia podemos extraer datos de cómo era, no sólo la vida de Cástor en el Seminario, sino el ambiente general en el que se formaban los futuros sacerdotes: partidos de fútbol entre filósofos y teólogos, el seminario de verano, ejercicios es- pirituales, la vivencia de las ordenaciones sacerdotales de los compañeros, bodas de plata del seminario en 1931 junto a la Novena a la Inmaculada, o cómo vivieron los seminaristas los momentos de tensión política, traduci- dos en muchos casos en persecución religiosa, habitando ellos en el cora- zón de la diócesis. En 1934 tiene lugar una revolución huelguista, siendo el entorno del seminario uno de los ámbitos más virulentos de enfrentamien- to entre los obreros y las fuerzas de seguridad. En octubre, Cástor escribe a sus padres: «Como saben ustedes es quizá el sitio más estratégico de Ma- drid, porque dominado él se tiene dominado uno de los sitios más eficaces. Cayó en ello el Gobierno y situó aquí una guarnición de asalto pertrechada de mucha metralla. Pero no ha sido utilizada para nada. La revolución la hemos vivido a nuestro modo: sin clase. ¿Cómo iban a venir los profeso- res? Y asomados a las ventanas, viendo hacerse y deshacerse barricadas y oyendo sobre todo el tiroteo; ya oíamos tiros como quien oye llover. Creo que dispararían muchas veces al aire; había ratos en los que el estruendo semejaba el ruido de una traca. Los hemos tenido bien cerca [...]. Alguna bala llegó aquí, clavándose en el techo de una celda después de perforar el cristal y la recia madera de la ventana».
En 1936 escribe otra carta en la que cuenta a sus padres cómo está el ambiente en el interior del Seminario a pocos meses de tener que abando- nar la formación: «Hay varios que tienen a su padre o a su hermano en la cárcel y algún caso hay de saberlo todos menos él: el padre de uno que, por defender una finca de la que es guarda, tuvo que hacer fuego... Los herma- nos de otros andan sin poder dormir en casa porque andan tras ellos [...] Tres días de tranquilidad aquí es algo casi sospechoso».
No cabe duda de que en los ejercicios espirituales que inicia pocos días después como preparación para su ordenación de subdiácono revive una y otra vez los acontecimientos que les narra a sus padres, y que dibujan el ambiente en el que quiere consagrarse como sacerdote. Es posible que también estuviese en el retiro del 18 de julio, pues se conserva una postal de felicitación que le envía a su madre por su onomástica el día 16.
Haber vivido en Madrid con los milicianos a la puerta le sirvió de entre- namiento para soportar la reclusión en su casa, en el pueblo que lo vio na- cer. El alcalde y otros cuantos frente-populistas han formado una columna de milicianos que actúan con virulencia en la zona. Los tiene enfrente de casa. El 10 de agosto asaltan la iglesia parroquial, destruyen las imágenes, el retablo y roban los vasos sagrados. Con lo que no consideran de valor hacen mofa: se disfrazan con los ornamentos y hacen chanza. Comienzan los asesinatos en el cementerio municipal. Y comienzan también las presio- nes: presiones para alistarse en un batallón que se está formando con los jóvenes de la zona.
La vida de los pueblos tiene su propia idiosincrasia. Todos saben que Cás- tor es seminarista. Sus padres temen por él. Tanto que lo envían a Cuenca, a Villaescusa de Haro, a casa de un amigo izquierdista. Llega escondido en un carro. Allí, nadie lo conoce. Pero la paz iba a durar poco: el gobierno, trasladado ya a Valencia, publica una orden en 1937 según la cual deben incorporarse al ejército los reemplazos desde 1932 a 1935. Cástor es del de 1934. No tiene escapatoria. Se incorpora a filas, en concreto a la Briga- da móvil de choque “El Campesino” de Madrid. De este periodo tenemos también la correspondencia con sus padres, de gran ayuda para conocer sus hazañas. Después de algunos traslados a diferentes lugares de la mese- ta, se afinca en un cuartel de Alcalá de Henares. Se le nota preocupado en sus letras. Pero no deja de animar a los demás: «Muchachos, confianza en Dios. Él sobre todo; y cada cual quedará en su puesto, si no en esta vida, en la otra. La esperanza y el optimismo son cristianos. La murria y la tristeza, no». Y de repente, ninguna carta más. No hay respuesta. Nadie sabe qué ha pasado con Cástor. Sólo que en sus últimas noticias, en clave, deja entre- ver que teme por su vida. El acta de defunción inscrita el 6 de septiembre de 1941 en Alcázar de san Juan certifica que Cástor «murió en Alcalá de Henares el 18 de septiembre de 1937 a las cinco horas, asesinado». No se conocen las circunstancias concretas de su muerte. Sí, que fue delatado por un paisano. Hasta en esto se asemejó a su Señor. Sus restos fueron enterra- dos en una fosa común y, más tarde, trasladados al Valle de los Caídos, sin individualizar.
De la fama de martirio de Cástor dan cuenta su inclusión desde el prin- cipio en el Boletín de la diócesis que recopila el martirologio diocesano, y la actuación de sus paisanos, que en cuanto tienen noticia de su asesinato lo tienen como mártir y recogen y guardan todas sus pertenencias. «El con- suelo que tengo es que lo perdí por bueno» - dirá su madre en un homena- je tributado a su hijo por el pueblo de Socuéllamos.