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Martires

Jesús Sánchez Fernández-Yáñez

  • Causa: Causa de Ignacio Aláez Vaquero y compañeros, seminaristas
  • 21 años
  • Estudiante de filosofía
  • Nacimiento: Cózar (Ciudad Real), 31 de mayo de 191
  • Muerte: Barrio de La China (Madrid), 21 de septiembre de 1936
  • Sepultura: Capilla del Santísimo de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos

¡Curita! Esta es la acusación principal presentada contra Jesús Sánchez, previa a su asesinato. Había nacido veintiún años antes en Cózar (Ciudad Real) un 31 de mayo. Sus padres se llaman Gobirniano, 

de profesión carretero, y Emilia. Lo bautizan en la parroquia de san Vicente del mismo municipio diez días después.

La familia Sánchez Fernández-Yáñez es una familia humilde, obligada a emigrar allá donde el trabajo les permite seguir adelante: Barcelona, re- greso a Cózar, y finalmente Madrid, donde Gobirniano se emplea primero como peón del hospital de San Juan de Dios, y después como portero en la calle de Donoso Cortés.

De la infancia de Jesús sabemos poco. Parece que quedó muy impresio- nado con la muerte prematura de su hermano, a juzgar por las anotaciones que hace al respecto en el reverso de una fotografía familiar. En la memoria de esta familia se ha conservado el recuerdo de la fe y la piedad vivida en la casa, y la pronta vocación sacerdotal de Jesús. No sabemos si ingresó primero en el seminario de Ciudad Real, pues allí, como en el caso de Madrid, muchos de los documentos desaparecieron con los saqueos practicados durante la persecución religiosa. En el Seminario de Madrid se conserva su expediente académico desde cuarto de latín hasta segundo de filosofía, aunque supone- mos que también cursó tercero, pues aparece como seminarista durante ese curso en el padrón municipal de la capital. Probablemente, por enfermedad, no se presentó a los exámenes, aunque sí vivió en el Seminario. Fue un alum- no brillante: obtiene el meritissimus en prácticamente todas las materias.

Cuando se inicia la persecución religiosa Jesús ya está en su domicilio fami- liar, como el resto de sus compañeros. Es bastante probable que participase en el retiro de la mañana del 18 de julio. En su casa puede vivir tranquilo du- rante las primeras semanas de la contienda. Pero pronto tiene que sufrir la persecución incluso de los más cercanos, vecinos sobre todo, que no dudan en usar la amenaza y la delación como arma en un ambiente en el que ser cristiano está perseguido con la muerte. La familia de Jesús está enfrentada con una familia vecina que no cesa de insultar y amenazar al seminarista. La situación se va tensando cada vez más, hasta llegar a un careo directo de Jesús con un vecino, que se venga pidiendo a unos amigos que interpongan una denuncia ante el Comité de la calle de la Luna y que lo delaten en la checa de Fomento, a la que es conducido al día siguiente tras detenerlo en su domicilio cinco hombres armados. Se conserva un atestado policial que refleja muy bien la situación de tensión entre las familias: «El día diez y ocho de septiembre del treinta y seis al regresar a su casa y cuando subía la escalera, detrás de él iba la madrastra de x [aquel vecino], la cual gritando decía cómo este curita del demonio me las va a pagar a mí y no será tardando mucho».

La checa situada en la calle de Fomento 9 de Madrid alcanzó entre los ma- drileños tal resonancia que cualquiera de ellos temblaba con sólo oír su nom- bre. Quienes allí iban a parar rara vez salían con vida. Cada noche actuaba un tribunal de jurisdicción privada. La sentencia se ejecutaba de madrugada: montaban al sentenciado en coches dispuestos para tal fin y en alguna carre- tera cercana lo mataban a tiros. Félix Schlayer, cónsul de Noruega en Madrid, tuvo ocasión de visitar esta checa. En su libro Matanzas en el Madrid repu- blicano escribe: «Llegamos. Dentro estaban las estancias, descuidadas, llenas de milicianos que corrían de un lado para otro y cuyo aspecto patibulario no inspiraba confianza alguna. La atmósfera estaba a tono: el terror en cierto modo estaba en el aire, y el miedo a la muerte que habían experimentado innumerables víctimas continuaba palpándose y cortando el aliento».

Jesús no pasó por ningún organismo que procesase su situación a través de un cauce legal. Era práctica habitual que la propia policía otorgase cédu- las de libertad. Con estos documentos los milicianos, cada noche sacaban presos de distintos establecimientos penitenciarios y les daban el temible paseo. En la ficha figuraba «libertad», cuando en realidad les daban muerte sin quedar registrada la defunción. Lo siguiente que sabemos de Jesús es la aparición de su cadáver. Su padre declaró al respecto: «Presentaba una herida de arma de fuego en la espalda; fue hallado en el barrio de La China, e inhumado en el cementerio del Este». Gracias a unas fotografías previas a la inhumación, pudo ser identificado. Más tarde, en 1961, fue trasladado a las criptas funerarias de la capilla del Santísimo de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

De que su muerte tuvo como detonante el ser seminarista no cabe duda, si nos atenemos a las acusaciones de curita que recibe por parte de los veci- nos que lo delatan.