Introducción: El Seminario de Madrid en 1936

 

 

Seminario

En julio de 1936 Madrid era un polvorín. Masas armadas y decididas a rendir el Cuartel de la Montaña, último bastión de los sublevados en la ciudad, vacían los arsenales por orden del gobierno. En aquellos mismos días fue asaltado el Seminario por milicianos del barrio de La Latina. Pero la tensión y la violencia venían de años atrás.

            Del tiempo de la revolución de octubre de 1934 es una carta de Cástor Zarco García - uno de los seminaristas siervos de Dios - que da idea de cómo se vivía en el Seminario aquel difícil periodo. Cástor les cuenta a sus padres, que vivían en La Mancha, lo siguiente:

            «Hemos corrido un riesgo singular esta vez. Como saben ustedes, es quizá el sitio más estratégico de Madrid, porque dominado él se tiene dominado uno de los sitios más eficaces. Cayó en ello el Gobierno y situó aquí una guarnición de asalto pertrechada de mucha metralla. Pero no ha sido utilizada para nada. La revolución la hemos vivido a nuestro modo: sin clase. Y asomados a las ventanas viendo hacerse y deshacerse barricadas y oyendo sobre todo el tiroteo; ya oíamos tiros como quien oye llover. Había ratos en que el estruendo semejaba al ruido de una traca. Los hemos tenido bien cerca, a veinte metros. Algunos de los que salíamos a hacer la instrucción les ocurrió que hubieron alguna vez de volver, las manos en alto y continuamente encañonados. Alguna bala llegó aquí, clavándose en el techo de una celda después de perforar el cristal y la recia madera de la ventana».

            En 1936 Cástor vuelve a escribir a sus padres:

            «Tres días de tranquilidad aquí es algo casi sospechoso. Ayer hubo dos o tres quemas de colegios o conventos y algunos crímenes con pobres monjas: a algunas las acuchillaron en la cara y a otras las desnudaron y a otras las arrastraron».

            El 18 de julio de 1936, sábado, se celebraba en el Seminario un retiro dirigido a los seminaristas de la ciudad de Madrid y de los pueblos cercanos. La actividad formativa normal ya había sido suspendida por decisión del rector, don Rafael García Tuñón, ante el peligro que se corría en un barrio gobernado por un concejal responsable de muchas de las acciones contra la Iglesia que se venían perpetrando en los últimos tiempos. Predicaba el retiro el párroco de Carabanchel Bajo, don Hermógenes Vicente, que también iba a ser mártir y hoy se halla en proceso de canonización. Uno de los testigos de aquella jornada, don Hermenegildo López, director espiritual en el Seminario, la recuerda así:

            «Estando comiendo, bajó el portero a decirnos que estaban las turbas para apoderarse del Seminario, e incluso que ya habían roto la mampara de cristales que impedía el libre acceso. Nos fuimos a la capilla a consumir las sagradas especies y, vestidos de paisano, tuvimos que salir por la puerta posterior que había en la huerta del Seminario, que era para servicio del hortelano. Cada uno se fue a su casa. Al día siguiente, 19, llamé al Seminario para ver si podía celebrar allí la Misa. Contestó un miliciano diciendo ¡que me iba a escabechar!».

            A partir de aquel momento, los 215 jóvenes seminaristas que entonces se formaban en el Seminario de Madrid vivirán cada uno de manera personal la persecución e incluso el martirio. Tan solo quedaban unidos ya al centro formativo por las listas donde constaban sus expedientes, incautadas por los milicianos, y usadas para localizarlos y darles muerte. El Seminario queda clausurado y en sus dependencias se instala primero una checa y después una cárcel.

            A continuación presentamos las biografías de algunos de los seminaristas mártires. No son todos los que fueron asesinados. De otros no se han podido recoger hasta el momento datos suficientes para introducir el proceso de canonización. El proceso diocesano de los aquí reseñados fue clausurado en el salón de actos del Seminario del 20 de octubre de 2014 y se encuentra ya en su fase romana. Todos estos, junto a tantos otros, forman parte del gran mosaico del martirio del siglo XX. El poeta chino Ai Quing, mientras leía el Evangelio estando en prisión en los años treinta, escribió en unas pobres hojas de papel:

            ¿Y quién podrá en las capas terrestres encontrar

            las lágrimas de los sacrificados

            que han sufrido todas las penas? Aquellas lágrimas

            están encerradas entre miles de barrotes de hierro,

            pero hay una única llave

            que puede abrir estas rejas;

            y los innumerables valientes que han deseado apropiarse de la llave

            están todos muertos

            bajo las armas de los guardianes.

            Si se pudieran recoger las lágrimas...

Que la memoria de estos mártires sea la llave capaz de abrir estas rejas detrás de las cuales se ocultan las vidas entregadas de tantos perseguidos y asesinados que encarnaron que “cuanto más desinteresado es el don, más crueles serán la persecuciones y más atroces los sufrimientos” (Pavel Florenskij).