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Liberato perdió a sus padres cuando tenía tan solo 10 años. Nace en Valen- cia el 15 de octubre de 1875. Su padre, José, había sido Guardia Civil. Su ma- dre se llamaba Rita. Liberato es bautizado en la parroquia de la Purísima de la ciudad del Turia. Cuatro años después nacería Josefa, la pequeña de la familia.

José muere en Cuba, a donde había sido destinado tras ser ascen- dido a alférez. Poco después, la epidemia de cólera que sufre Valencia en 1885 siega la vida de Rita. Dos huérfanos, Liberato y Josefa, de 10 y 6 años respectivamente quedan a cargo de un tutor, un capitán de la Guardia Civil retirado, Antonio Martínez Pérez.

No sale el niño del ámbito militar. En 1887 ingresa en el Colegio de Huér- fanos de la Guardia Civil, en la localidad madrileña de Valdemoro. A partir de este momento, inicia una carrera de ascensos y cambios de destino que lo llevan a la Comandancia de su Valencia natal, donde conoce a Serafina Fernández Shaw, de origen gaditano. Se casan en Cullera, en la parroquia de los santos Juanes. No acaban ahí los ascensos de Liberato. La nueva familia se traslada a Cádiz, Almería, El Escorial, Pontevedra y Madrid, donde nacerá Antonio, nuestro seminarista. No fue Antonio el único hijo nacido de este matrimonio, que trajo al mundo cuatro niños y una niña. Salvo el pequeño Liberato todos mueren pronto: Carlos y Gabriel en el frente; Pepita muere muy pequeña; y Antonio, víctima de la persecución religiosa.

En 1931 Liberato promete lealtad al régimen republicano. De no ha- berlo hecho, habría sido jubilado en aplicación de la ley Azaña en mate- ria militar, que pretende, sobre todo, republicanizar al ejército. Al poco de ser proclamada la República, el Ministro de Guerra obliga, por decre- to, a prestar promesa de fidelidad al nuevo régimen para quienes qui- sieran continuar la carrera militar. Quien se opuso, pasó directamente al retiro. Aunque Liberato trabajó hasta 1935 para el gobierno republica- no, parece que al final debieron existir ciertas tensiones, a pesar de no tener filiación política alguna. El gobierno del Frente Popular, a través del General Joaquín Rodríguez Mantecón, le solicita una firma de adhe- sión frente a los militares sublevados. Liberato se niega, probablemente por el tinte antirreligioso que estaba tomando la situación.

11 Liberato Moralejo Juan 2

Muy unido está a su hijo pequeño, Antonio, seminarista. Y esta unión va a quedar sellada viviendo la misma muerte. Ambos son víctimas de la persecución religiosa. La tradición familiar ha conservado la memoria de la decisión de Liberato de acompañar a su hijo a donde se lo lleva- sen. Se une a su decisión el haber encontrado entre sus pertenencias documentos monárquicos, algo normal por otra parte para quien había servido como militar y había sido condecorado durante el reinado de Alfonso XIII. Tras pasar por la comisaria de Palacio, la Dirección General de Seguridad y la Cárcel Modelo, la Junta de Defensa ve peligrosa su permanencia en este lugar por la cercanía de la línea de frente del ban- do nacional. Un avance de los enemigos haría engrosar sus filas con los presos de la Modelo. El traslado se convierte en masacre. Los nombres de Liberato y de su hijo Antonio figuran entre los trasladados entre los días 6 a 8 de noviembre de 1936. La familia cree que fueron asesinados ambos el día 8 de noviembre en el Castillo de Aldovea, de Torrejón de Ardoz, y enterrados más tarde en una fosa común en el cementerio de los mártires de Paracuellos del Jarama.

Sólo entre su familia se mantuvo la memoria de su martirio y su de- cisión de acompañar a su hijo en su misma suerte. Su nombre ha sido recientemente rescatado del olvido de la historia e incorporado entre los mártires de la persecución religiosa.

Quien cuidó como un padre de su sobrino Pablo, seminarista, y vivió su mismo fin nace en Pampliega (Burgos) el 14 de enero de 1873. Hijo de los comerciantes burgaleses Juan Pardo y Juana Pernía, recibe el bautismo en la parroquia de su pueblo natal.

Con trece años ingresa en el Seminario diocesano de san Jerónimo de Burgos, donde está matriculado durante ocho cursos. Tras obtener la dis- pensa del Papa León XIII por no llegar a la edad canónica requerida, es or- denado presbítero el 8 de junio de 1895. Inicia su actividad pastoral en la parroquia de Valles de Palenzuela y en 1897 es nombrado párroco de san Miguel de Quintanilla de Escalada, donde se hace cargo también del cole- gio-preceptoría, erigido por el director del Banco de España y puesto bajo el patronato del Arzobispado de Burgos. Ofrece la posibilidad de estudiar latín y humanidades como preparación para ingresar en el Seminario diocesano. Su celo pastoral lo lleva a crear también una Asociación dedicada a la cate- quesis y a las misiones populares.

Con don Julio se traslada a Quintanilla su familia. Petra, su hermana me- nor y madre de Pablo, conoce en este pueblo a Guillermo Chomón, con quien contrae matrimonio, naciendo de esta unión Lorenzo y Pablo. Ambos son educados por su tío y preparados para ingresar en el seminario. De entre todos sus sobrinos, cuatro ingresan en el Seminario de Madrid, y dos son ordenados sacerdotes. No lo serán Lorenzo, que sale pronto del Semi- nario, ni Pablo, que sufre la muerte de manos de los perseguidores de la religión siendo aún acólito.

A la persecución durante el periodo republicano, de cuya legislación se deriva el cierre de su colegio-preceptoría, se une el dolor por la separación matrimonial de su hermana, que se traslada con los dos niños a Madrid. Se- guramente sus sobrinos colaboran en buscarle un destino cerca de la nueva residencia de la familia. Y don Julio es nombrado confesor de las Religiosas Hospitalarias de Ciempozuelos, para lo que, según el Código de derecho canónico de 1917 se requiere «sacerdotes con licencias de sus superiores, que sobresalgan por su prudencia e integridad de costumbres, que además hayan cumplido los cuarenta años de edad». La buena reputación de don Julio, y su fama de santidad es percibida incluso por los que le causarán la muerte más adelante, quienes lo describen a una de las hermanas Hospita- larias diciendo: tienen ustedes por confesor a un santo.

Su hermana Petra se traslada a vivir con él a Ciempozuelos, dejando la casa que hasta entonces la había acogido y donde había vivido con su her- mana Ángeles y su cuñado Abundio, padres del sacerdote Pedro Martínez Pardo, y del seminarista Teodosio Martínez Pardo.

El resto de su vida transcurre paralela a la de Pablo, su sobrino semina- rista. Ambos entregan su vida en Valdemoro. Siendo don Julio una persona hasta cierto punto desconocida en la diócesis, también su nombre aparece en la lista de personas que durante la persecución religiosa son asesinados por su condición de eclesiástico.

Ramón asistió a la escuela de su pueblo, como todos los niños de su entorno, pero enseguida se vio obligado a alternar el estudio con el cui- dado del campo, algo habitual entre las familias de labradores en aquella época. Había nacido en Peal de Becerro, en la provincia de Jaén, un 21 de mayo de 1912. Son sus padres Ramón Ruiz Moreno, agricultor, y Francisca Pérez Martín, dedicada a sus labores. Lo llevan a bautizar a la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, y le ponen el nombre de Ramón del Socorro. Allí mismo recibirá la Primera Comunión y la Confirmación, pero no tenemos constancia de las fechas, por haber sido destruido el archivo parroquial.

Con trece años acude al Seminario de Toledo, diócesis a la que perte- nece su pueblo hasta 1954, cuando Pio XII firma la anexión del Adelantado de Cazorla (región a la que civilmente estaba vinculada la localidad) a la diócesis de Jaén. No conocemos el motivo por el cual no llegó a ingresar allí, sino en el Seminario menor San Felipe Neri, en Baeza. Destaca por su buena conducta, aunque no por su brillantez académica. Durante los cuatro años que permanece en Baeza llega con ciertas dificultades al tercer curso de latín. Solicita su traslado al seminario de Toledo, donde cursa a partir del año siguiente cuarto de latín, tres cursos de filosofía y tres de teología. Obtiene ahora buenas calificaciones, que debe mantener para conservar la beca de residencia que le han concedido, y que lo obliga además a alter- nar sus estudios con tareas de fámulo. Tras recibir en 1936 de manos de su arzobispo, el Cardenal Gomá, la tonsura y las cuatro órdenes menores, marcha a su casa a pasar las vacaciones con su familia, donde lo sorprende la persecución religiosa.

La catedral de Jaén es habilitada como cárcel en agosto, al quedarse pe- queña la prisión provincial ante la cantidad de detenidos provenientes de toda la provincia. Allí son conducidos Ramón y el párroco de Peal de Be- cerro, Don Lorenzo de Mora, tras ser arrestados por ser seminarista uno, y sacerdote el otro. No dejan los milicianos de profanar la iglesia parro- quial, destruyendo todos los objetos religiosos. En la catedral convertida en prisión se hacinan cerca de mil personas, bajo condiciones extremas de alimentación e higiene. Entre ellos, el obispo de la diócesis, el hoy beato mártir Manuel Basulto, junto a un número elevado de sacerdotes.

Durante los días de prisión no se interrumpió nunca el culto divino. «Aprovechando algunos ejemplares del brevario, escapados del pillaje de los usurpadores, los sacerdotes presos se ingeniaron para rezar el oficio di- vino. Pero a esto y a las devociones privadas hubo forzosamente de reducirse todo, dadas las pocas facilidades que para cualquier reunión clandestina  podían ofrecer la nave o la sacristía», según cuenta Antonio Montero en su Historia de la persecución religiosa. De esta manera, son reconfortados por la oración, «tomando las ramas la savia del árbol de la cruz del Señor, convirtiéndose en plantación de Dios que da un fruto incorruptible» (San Ignacio de Antioquía). El contacto de Ramón con los sacerdotes y el obispo, que con él comparten la misma suerte, ayuda a todos a afrontar un destino que con facilidad intuyen, «distribuyéndose entre los necesitados lo que ellos tenían en abundancia» (Eusebio de Cesarea).

Un artículo publicado en el Diario de Jaén en 1949 narra, de mano de uno de los sacerdotes presentes en la catedral, la solemne salida del templo del obispo, el seminarista y más de un centenar de reclusos, con destino a la prisión de Alcalá de Henares, a la que nunca llegarán:

«Una larga hilera de presos esperaban la orden de marcha. El señor obis- po con sus familiares atravesó estas filas de presos, compañeros de su viaje y que también habrían de serlo de su martirio, los cuales inclinaban la cabeza al paso del prelado en señal de profundo respeto. El señor obispo les iba bendiciendo disimuladamente hasta la puerta de salida, en que dirigió una mirada a la capilla en donde se custodiaba la reliquia del Santo Rostro. ¡Cómo entendimos los que lo presenciamos lo que quería decir aquella mirada!».

Leocadio Moreno y Felipe Galdón, dos laicos detenidos y presos en la catedral, iban en ese mismo tren con dirección a Alcalá de Henares. Testi- gos presenciales de lo ocurrido, narran los terribles sucesos ocurridos en el trayecto:

«Nos trasladaron en unión del Ilmo. Sr. Obispo de Jaén, el Deán y una hermana y cuñado del obispo. Partió el tren hacia Madrid siendo insulta- dos todos los ocupantes del mismo en todas las estaciones del trayecto por las hordas rojas, las cuales querían sacar al obispo para asesinarlo [...]. Al llegar a las inmediaciones de Villaverde Bajo fuimos detenidos por las turbas. Pedían a las fuerzas de la Benemérita que nos custodiaban que nos dejasen en su poder. Supe que hablaron por teléfono con el Ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, que había dado órdenes de que nos entregasen a aquella horda de salvajes. A unos ochocientos o mil metros de allí comenzaron a asesinar, siendo el primero el obispo, su hermana y su cuñado».

En aquel lugar, llamado el Pozo del Tío Raimundo, es asesinado también el seminarista Ramón Ruiz Pérez. Los cadáveres son recogidos en camione- tas y enterrados en el cementerio de Puente de Vallecas. Terminada la Gue- rra, los cuerpos de quienes viajaron en el Tren de la muerte son devueltos a la catedral de Jaén e inhumados en la capilla del Sagrario.

La entrega martirial de Ramón ha quedado diluida históricamente por las circunstancias de su propia biografía: natural de Jaén, donde inicia sus estudios eclesiásticos antes de pasar al Seminario de Toledo, entrega su vida lejos de estos escenarios, en Madrid. No cabe, sin embargo, la menor duda de que su asesinato se debe a su condición de seminarista y no a ra- zones políticas o de otro tipo. De hecho, en la placa que se coloca en la ca- tedral de Jaén cuando son trasladados allí los restos de los asesinados en el Tren de Jaén, figura su nombre bajo el título Relación de mártires inmolados por Dios y por España cuyos gloriosos restos yacen bajo el signo de la Santa Cruz trazada en el suelo.

De los ocho hermanos Arrizabalaga Español, tres van a ser especialmen- te objeto de persecución: Mariano, seminarista, Rafael y Lorenzo, por su militancia en la Acción Católica. Había nacido Mariano en Barbastro (Hues- ca) el 11 de mazo de 1915. Fue bautizado en la catedral de aquella ciudad con los nombres de Mariano Víctor Joaquín José Manuel.

Su padre, Joaquín, zaragozano, es capitán de infantería. Esta condición hace que junto con su mujer, María Teresa y sus ocho hijos se trasladen por toda la geografía española, destacando la estancia en Ceuta, donde es he- rido en la guerra y donde Mariano descubre su vocación al sacerdocio. Una de las principales preocupaciones para la familia es la instrucción de sus hi- jos, sobre todo para don Joaquín, especialmente sensibilizado con la nece- sidad de formación humana e intelectual al estar dedicado a la instrucción de los militares analfabetos. Acuden para ello a los Padres Agustinos en Ceuta, y tras su regreso a Barbastro, a los Escolapios. Para entonces, Maria- no ya ha descubierto su vocación. Don Joaquín lo convence para que aplace su decisión hasta después de concluir sus estudios de Bachillerato. Llegado este momento, solicitan su ingreso en el Seminario Pontificio de Comillas, regentado por los jesuitas. Allí inicia su formación en 1929 como semina- rista de Barbastro. El plan de estudios es similar al del Colegio Español de Roma, o al de la Universidad Gregoriana: cinco cursos de letras humanas, esto es, literatura española, latina y griega; tres de filosofía y ciencias, cua- tro de teología y tres de derecho canónico.

08 Mariano Arrizabalaga 2El día a día propio de un periodo formativo se va a ver interrumpido pronto. La Constitución de 1931 proscribe las asociaciones cuyos miembros presten obediencia a cualquier entidad ajena a la República. Su artículo 26 dice así: «Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados afectados a fines benéficos y docentes»Se está atacando frontalmente a la Compañía de Jesús por el cuarto voto de obediencia al Papa. El presidente de la República por medio del ministro de justicia, Fernández de los Ríos, ordena la disolución en todo el territorio nacional de la Compañía fundada por Ignacio de Loyola. To- dos los jesuitas dejan de vivir en sus casas y sus bienes pasan al patrimonio del Estado. La Universidad Pontificia de Comillas y el Seminario se vieron afectados parcialmente: los jesuitas que los regentan tienen que abandonar el centro el 2 de febrero de 1932, pero el inmueble permanece en manos eclesiásticas, por pertenecer tanto la Universidad como el Seminario a la Santa Sede.

Durante este tiempo, otros acontecimientos, esta vez familiares, van marcando la vida de Mariano. Su padre, en cumplimiento del decreto gu- bernativo de 22 de abril de 1931 firma su adhesión al gobierno de la Re- pública. Ese mismo año, don Joaquín pasa a la reserva al acogerse a la ley Azaña de 25 de abril. Pretendía el Ministro de Guerra modernizar el ejérci- to. Permite a los oficiales pasar a la reserva y al retiro con solo solicitarlo. El descanso no le va a durar mucho. En 1934 toda la familia se traslada a Madrid para tratar una enfermedad del padre de familia. Alquilan un piso en la calle de Martín de los Heros, hasta encontrar su residencia definitiva en la calle de Benito Gutiérrez. La familia destaca por su compromiso cris- tiano. Dos hermanos de Mariano, Joaquín y Rafael, de los primeros afiliados de la Acción Católica de Barbastro militan ahora en el Centro del Corazón de María que acababa de llegar a Madrid. Este mismo año fallece don Joaquín.

El inicio de la Guerra Civil sorprende a Mariano en Madrid por estar aho- ra aquí su familia. Por eso ha sido incluido entre los seminaristas mártires de esta Causa. Llega a casa pocos días antes del asalto del Cuartel de la Montaña, el 20 de julio de 1936, seguramente ajeno a las vicisitudes simila- res que están viviendo los seminaristas madrileños.

La familia está siendo fuertemente acosada por los frentepopulistas, sobre todo por la militancia de Joaquín y Rafael en la Acción Católica. Este último es incluso detenido y llevado a declarar a la checa del Palacio de Rodas en la calle Españoleto. Joaquín permanece escondido hasta su ingreso en la Emba- jada de Chile, donde muere por causa de los padecimientos y la desnutrición.

El 5 de octubre es practicado un registro domiciliario y son detenidos Mariano, su hermano Rafael y un cuñado. Son llevados a la checa de Fo- mento, donde permanecen varios días, y desde donde son trasladados a la Dirección General de Seguridad, antes de ser recluidos en la Cárcel Modelo el 9 de octubre, según el testimonio del sacerdote redentorista José María Ibarrola, preso con ellos en la Galería 5a de la misma prisión. La razón de la detención de Mariano, sin afiliación política alguna y prácticamente recién llegado a Madrid, no puede ser otra que su condición de seminarista.

Permanecen en la Modelo un mes aproximadamente, pues Mariano figura en las sacas practicadas entre los días 7 y 9 de noviembre. En ese tiempo, los allí detenidos se dieron ánimos unos a otros para dar testimo- nio de su fe. En un autobús de la Sociedad Madrileña de Tranvías Mariano es trasladado al castillo de Aldovea, en Torrejón de Ardoz. Aún quedaban muchos cadáveres sin enterrar en Paracuellos del Jarama de los asesinatos de la noche anterior. Convenía cambiar el lugar de las ejecuciones. De las declaraciones juradas ante el tribunal de la causa general de Madrid ex- traemos el clima general de horror en medio del cual brilla la luz de quienes entregan su vida al grito de ¡viva Cristo, Rey! Los testigos declaran que «el primer convoy formado por cinco autobuses de dos pisos llegó al Castillo de Aldovea. Los detenidos, con las manos atadas a la espalda, fueron bajados y colocados de espaldas. En grupos de unas veinticinco personas iban siendo fusilados hasta acabar con todos. El capitán hacía sonar un pito y los de la gorra hacían la descarga. Antes de disparar los milicianos los fusilados grita- ban “viva Cristo Rey”. Llegaron otros tres autobuses. Sus ocupantes fueron asesinados hasta completar el número de cuatrocientos catorce muertos. El capitán dio orden de dar sepultura a los cadáveres. Como ya estaban en el caz, la labor se limitó a echar un poco de tierra por encima. Así permane- cieron, casi insepultos hasta 1939».

El 15 de diciembre de 1939 fue posible la identificación del cadáver de Mariano gracias a la cartilla militar que conservaba en uno de los bolsillos de la ropa. Su hermana lo reconoció también por la camisa que llevaba. Ambas reliquias, empapadas en la sangre del mártir, fueron donadas al Se- minario de Madrid en septiembre de 2017 por doña Beatriz Arrizabalaga, sobrina de Mariano. El cadáver fue trasladado al cementerio de los márti- res de Paracuellos del Jarama, donde recibió sepultura en una de las fosas comunes.

La fama de martirio de Mariano está vinculada sobre todo a su familia y a Comillas, que lo incluye en una placa con los nombres de los mártires del Seminario Pontificio.

08 Mariano Arrizabalaga cartilla militar

Entre las provincias de Cuenca, Alba- cete y Ciudad Real, en la localidad agríco- la y ganadera de Socuéllamos nace, un 20 de febrero de 1913, el segundo de los hi- jos del matrimonio formado por Timoteo y Carmen. Lo bautizan en la parroquia del pueblo y le ponen el nombre de Cástor.

Familia humilde de jornaleros que no escatima esfuerzos para la forma- ción de sus hijos. Piden ayuda al maestro, don Pedro José del Amo, que había abierto una escuela en la que compaginaba la instrucción académica con la vida de piedad. Aquel maestro, que dejó un profunda huella en el co- razón de nuestro seminarista, va a ser el instrumento elegido por Dios para que Cástor descubra su vocaciónEn el informe que le solicita el Obispado de Madrid antes de la admisión de Cástor a la tonsura, el párroco de Socué- llamos dice: «Desde sus primeros años ha demostrado inclinación al estado eclesiástico»Inclinación que se ve reforzada por el ambiente religioso que se respira en su familia. Timoteo, su padre, y también Pedro José, su maes- tro, pertenecen a la Adoración Nocturna, calando el ambiente eucarístico en el corazón del muchacho.

Don Pedro José prepara a Cástor para el ingreso en el Seminario, no sólo espiritual, sino también materialmente: consigue para él una beca de me- dia pensión y una benefactora que cubra el resto de los gastos. No sabe- mos si ingresó en un primer momento en el Seminario de Ciudad Real y se traslada después al Conciliar de Madrid. El caso es que en este último se conserva su expediente desde segundo de latín hasta cuarto de Teología. Un total de 10 años de formación, truncada por la guerra. Alumno brillante, que combina su pasión por el saber con el espíritu de esfuerzo aprendido desde niño en una familia que ha de trabajar mucho para salir adelante, Cástor obtiene varios premios extraordinarios: uno por el estudio del latín y otro por el estudio de Teología Dogmática. El 6 de junio de 1936 recibe el subdiaconado en la capilla del Palacio Episcopal.

De las cartas enviadas a sus padres y conservadas por la familia podemos extraer datos de cómo era, no sólo la vida de Cástor en el Seminario, sino el ambiente general en el que se formaban los futuros sacerdotes: partidos de fútbol entre filósofos y teólogos, el seminario de verano, ejercicios es- pirituales, la vivencia de las ordenaciones sacerdotales de los compañeros, bodas de plata del seminario en 1931 junto a la Novena a la Inmaculada, o cómo vivieron los seminaristas los momentos de tensión política, traduci- dos en muchos casos en persecución religiosa, habitando ellos en el cora- zón de la diócesis. En 1934 tiene lugar una revolución huelguista, siendo el entorno del seminario uno de los ámbitos más virulentos de enfrentamien- to entre los obreros y las fuerzas de seguridad. En octubre, Cástor escribe a sus padres: «Como saben ustedes es quizá el sitio más estratégico de Ma- drid, porque dominado él se tiene dominado uno de los sitios más eficaces. Cayó en ello el Gobierno y situó aquí una guarnición de asalto pertrechada de mucha metralla. Pero no ha sido utilizada para nada. La revolución la hemos vivido a nuestro modo: sin clase. ¿Cómo iban a venir los profeso- res? Y asomados a las ventanas, viendo hacerse y deshacerse barricadas y oyendo sobre todo el tiroteo; ya oíamos tiros como quien oye llover. Creo que dispararían muchas veces al aire; había ratos en los que el estruendo semejaba el ruido de una traca. Los hemos tenido bien cerca [...]. Alguna bala llegó aquí, clavándose en el techo de una celda después de perforar el cristal y la recia madera de la ventana».

En 1936 escribe otra carta en la que cuenta a sus padres cómo está el ambiente en el interior del Seminario a pocos meses de tener que abando- nar la formación: «Hay varios que tienen a su padre o a su hermano en la cárcel y algún caso hay de saberlo todos menos él: el padre de uno que, por defender una finca de la que es guarda, tuvo que hacer fuego... Los herma- nos de otros andan sin poder dormir en casa porque andan tras ellos [...] Tres días de tranquilidad aquí es algo casi sospechoso».

No cabe duda de que en los ejercicios espirituales que inicia pocos días después como preparación para su ordenación de subdiácono revive una y otra vez los acontecimientos que les narra a sus padres, y que dibujan el ambiente en el que quiere consagrarse como sacerdote. Es posible que también estuviese en el retiro del 18 de julio, pues se conserva una postal de felicitación que le envía a su madre por su onomástica el día 16.

Haber vivido en Madrid con los milicianos a la puerta le sirvió de entre- namiento para soportar la reclusión en su casa, en el pueblo que lo vio na- cer. El alcalde y otros cuantos frente-populistas han formado una columna de milicianos que actúan con virulencia en la zona. Los tiene enfrente de casa. El 10 de agosto asaltan la iglesia parroquial, destruyen las imágenes, el retablo y roban los vasos sagrados. Con lo que no consideran de valor hacen mofa: se disfrazan con los ornamentos y hacen chanza. Comienzan los asesinatos en el cementerio municipal. Y comienzan también las presio- nes: presiones para alistarse en un batallón que se está formando con los jóvenes de la zona.

07 Castor Zarco Garcia 2La vida de los pueblos tiene su propia idiosincrasia. Todos saben que Cás- tor es seminarista. Sus padres temen por él. Tanto que lo envían a Cuenca, a Villaescusa de Haro, a casa de un amigo izquierdista. Llega escondido en un carro. Allí, nadie lo conoce. Pero la paz iba a durar poco: el gobierno, trasladado ya a Valencia, publica una orden en 1937 según la cual deben incorporarse al ejército los reemplazos desde 1932 a 1935. Cástor es del de 1934. No tiene escapatoria. Se incorpora a filas, en concreto a la Briga- da móvil de choque “El Campesino” de Madrid. De este periodo tenemos también la correspondencia con sus padres, de gran ayuda para conocer sus hazañas. Después de algunos traslados a diferentes lugares de la mese- ta, se afinca en un cuartel de Alcalá de Henares. Se le nota preocupado en sus letras. Pero no deja de animar a los demás: «Muchachos, confianza en Dios. Él sobre todo; y cada cual quedará en su puesto, si no en esta vida, en la otra. La esperanza y el optimismo son cristianos. La murria y la tristeza, no»Y de repente, ninguna carta más. No hay respuesta. Nadie sabe qué ha pasado con Cástor. Sólo que en sus últimas noticias, en clave, deja entre- ver que teme por su vida. El acta de defunción inscrita el 6 de septiembre de 1941 en Alcázar de san Juan certifica que Cástor «murió en Alcalá de Henares el 18 de septiembre de 1937 a las cinco horas, asesinado»No se conocen las circunstancias concretas de su muerte. Sí, que fue delatado por un paisano. Hasta en esto se asemejó a su Señor. Sus restos fueron enterra- dos en una fosa común y, más tarde, trasladados al Valle de los Caídos, sin individualizar.

De la fama de martirio de Cástor dan cuenta su inclusión desde el prin- cipio en el Boletín de la diócesis que recopila el martirologio diocesano, y la actuación de sus paisanos, que en cuanto tienen noticia de su asesinato lo tienen como mártir y recogen y guardan todas sus pertenencias. «El con- suelo que tengo es que lo perdí por bueno» - dirá su madre en un homena- je tributado a su hijo por el pueblo de Socuéllamos.

Navalcarnero es uno de los puntos claves que sirve de base a la curia diocesana madrileña en el exilio durante la Guerra Civil. Allí se instaló su sede el 26 de noviembre de 1936, una vez conquistada la zona suroeste de Madrid por las tropas nacionales. Pocos días antes, el 9 de noviembre, en las tapias del cemen- terio del Este, era ejecutado un hijo del pueblo: el seminarista Ángel Trapero.

Había nacido en esa localidad madrileña el 23 de junio de 1916, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Juan Trapero, segoviano, era relojero. Su madre, Sabina Sánchez-Real, era natural de San Martín de Valdeiglesias (Madrid). Lo bautizan en la parroquia de la Asunción, que sería saqueada durante la guerra junto con las ermitas de san José, san Roque y Vera Cruz.

No tenemos datos de la infancia de Ángel hasta el inicio de sus estudios eclesiásticos en Madrid, en cuyo Seminario se matricula por vez primera en segundo de latín. Antes debió cursar primero en algún otro seminario del que no tenemos noticia. En el Seminario Conciliar de la Inmaculada y san Dámaso hace siete cursos: tres de latín y humanidades, tres de filosofía y uno de teología. Sus calificaciones son sobresalientes. En su formación colaboran don Rafael García Tuñón, rector, y don José María García Lahiguera, director espiritual. No hay duda de que la reciedumbre de ellos recibida fue pieza cla- ve para afrontar la persecución religiosa ocurrida también en su pueblo natal cuando llega allí en julio de 1936, finalizado el curso.

Navalcarnero se mantiene bajo el control del gobierno de la República hasta octubre de 1936, cuando fue tomada por el ejército de Burgos. Hasta ese momento el control del municipio lo asume la Brigada de investigación criminal, al servicio de la Dirección General de Seguridad, de cuyos archivos se sirve para la localización de los llamados enemigos de la República. A este archivo se une el incautado en el Seminario durante su asalto en julio, donde constan los datos de los seminaristas. Sólo así se entiende la localización de Ángel Trapero, cuyos datos no constan en ningún otro lugar, al no estar afilia- do a organización ni grupo político alguno.

El 11 de octubre la casa de don Juan Trapero recibe una desagradable visita: un grupo de milicianos practica un registro en su domicilio. Se llevan consigo di- nero, joyas y a su hijo Ángel por ser seminarista. Lo trasladan a la checa de García Atadell, donde está dos días. Luego es puesto a disposición de la Dirección Gene- ral de Seguridad, organismo que tiene su origen a finales del siglo XIX y que, en dependencia del Ministerio de la Gobernación, fue responsable de las políticas de orden público en todo el país, con una habitual praxis de silencio ante las sa- cas, checas y paseos practicados por los grupos responsables del hostigamiento anti católico. De sus calabozos ha dejado escrito Félix Schlayer, ingeniero alemán vinculado a la embajada de Noruega: «Sólo Dante podría describir lo que ocurría allí en aquellos días de tan espantosa saturación y horrible cohabitación».

06 Angel Trapero Sanchez Real 2

El 17 del mismo mes Ángel es llevado a la cárcel de Porlier sin orden judicial alguna. Se trataba de las instalaciones del colegio Calasancio, en la manzana formada por las calles del General Díez Porlier, Lista, Padilla y Conde de Peñalver, incautado por el gobierno republicano en aplica- ción del artículo 26 de la Constitución de 1931, que prohibía a las con- gregaciones religiosas la dedicación a la educación o a actividad alguna, quedando su patrimonio afecto al Estado. El 9 de noviembre hubo una saca de treinta y un reclusos en aquella cárcel. Era un procedimiento habitual de extracción masiva y sistemática de presos desde los espacios reducidos donde habitualmente se hacinan los detenidos, encerrados en grupos de hasta seis personas en celdas individuales, con destino al lu- gar donde son ejecutados. En este caso, son trasladados al cementerio del Este. Con Ángel van al menos dos sacerdotes: los hermanos Marcial y José Oliver Escorihuela; y muy probablemente Maximiliano González Bustos y Bernardo del Campo, también presbíteros. Sus cadáveres fueron enterrados en una fosa común. Ángel es inscrito como cadáver des- conocido, muerto a causa de una hemorragia. «La muerte del mártir es la muerte del cristiano por excelencia. Esta muerte - según escribía Carlos Rahner - es aquella que, en el fondo, la muerte cristiana debe ser». Ángel llevó esta afirmación hasta el final.

Como escribía Javier Real en la publicación conmemorativa del cente- nario del Seminario de Madrid, Ángel Trapero es «de aquellos seminaristas cuyo martirio es patente». En efecto, desde el primer momento su nom- bre fue incluido en el listado de mártires elaborado por la diócesis de Ma- drid-Alcalá y enviado a los párrocos terminada la Guerra Civil. Sin duda, era uno de los que estaba en la mente del obispo Eijo y Garay cuando, en 1937, escribe la carta pastoral titulada La hora presente: «¡La paz sea con voso- tros! Esa paz, amadísimos hijos, la habéis merecido con el martirio moral de vuestros sentimientos y el martirio cruento de tantos y tantos hijos muy amados que han sucumbido atravesados por las balas homicidas sus cora- zones por el ¡delito! de amar a Dios y a España».

 

Finalizada la contienda, el cadáver de Ángel pudo ser identificado gra- cias a unas fotografías y su cuerpo fue trasladado al panteón familiar del cementerio de Navalcarnero. El 7 de diciembre de 2017, en el marco de las Vísperas de la Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la Virgen Ma- ría, patrona del Seminario de Madrid, los restos del siervo de Dios fueron depositados en la capilla del Seminario, bajo el retablo de San Dámaso - se- gundo patrono del Seminario y papa de los mártires romanos. Asistieron al emotivo acto los obispos de la Provincia eclesiástica de Madrid y los semi- naristas de las tres diócesis madrileñas, junto con los rectores y formado- res, así como familiares de Ángel Trapero y de otros seminaristas mártires. La inscripción del sepulcro recuerda a los actuales seminaristas que tienen muy cerca a Ángel y a los demás compañeros mártires y - con palabras de san Clemente Romano - los invita a acercarse a ellos, atletas de Cristo ven- cedores en el certamen de la fe.

El día 29 de septiembre de 1918, día de san Miguel, nace en Boadilla del Monte (Madrid) el primero de los tres hijos del matrimonio formado por Án- gel Talavera y Matilde Sevilla. Lo bautizan con el nombre del santo del día.

Es formado en las fuertes convicciones cristianas que viven sus padres y, en el plano académico, acude a la escuela del pueblo, dedicando el tiempo libre a las tareas propias de una familia de agricultores. Tras recibir la pri- mera comunión, Miguel comienza a ayudar a Misa como monaguillo. Están destinados en este momento en Boadilla varios sacerdotes para atender no sólo la parroquia, sino los dos monasterios de vida contemplativa que existen en el pueblo. En este contexto nace su deseo de consagrarse a Dios como sacerdote. Su párroco es, sin lugar a dudas, quien lo prepara para su ingreso en el Seminario Conciliar de Madrid, hecho que ocurre en septiem- bre de 1929. Hasta 1936 transcurren siete cursos, durante los que Miguel estudia cuatro de latín y tres de filosofía. Es compañero del siervo de Dios Jesús Sánchez durante el curso 1932-33.

En la memoria de su familia han quedado las visitas que sus padres le hacen los domingos en el Seminario, al estar cerca del centro de formación el domi- cilio familiar. Finalizado el curso, Miguel regresa a casa, desde donde es testigo de la persecución que sufre la Capital. No sabemos si se enteraría del asalto al seminario el día 18 de julio, durante el retiro para seminaristas de Madrid.

Cuando llegan a Boadilla noticias de las actuaciones de grupos frentepo- pulistas, algunos del pueblo marchan a Madrid para unirse a ellos. Rendido el Cuartel de la Montaña, regresan a Boadilla y crean allí un comité revolu- cionario que asume el control y distribuye las armas con las que se habían hecho en Madrid. Entre ellos están gran cantidad de mendigos y transeún- tes que el alcalde madrileño, Rafael Salazar Alonso, había trasladado a esta localidad y que no dudan en vengar su situación social con las armas re- partidas entre quienes se vinculaban a la causa común de la persecución religiosa: se destruye la iglesia parroquial, con sus imágenes y objetos de culto; y se asalta y destruye también el convento de las Carmelitas. El pá- rroco, don Benjamín Sanz Rodríguez es detenido y asesinado en Pozuelo de Alarcón. Al día siguiente le toca su turno al capellán de las Carmelitas, don Melitón Morán, también asesinado. La causa de canonización de ambos fue abierta en Madrid el 18 de marzo de 2017.

De la checa de Fomento llega un grupo de milicianos a Boadilla a me- diados de agosto. Preguntan por una serie de personas entre las que se encuentra Miguel Talavera. Este hecho pone en evidencia el uso que los perseguidores hicieron de los expedientes robados durante el asalto al Seminario. Los datos de Miguel constaban allí, con su dirección, además de en el padrón municipal de Madrid. En esta ocasión no se los llevan detenidos, gracias a la actuación del presidente del Comité. Pero los mi- licianos regresan el 7 de octubre, esta vez de la checa de la Puerta del Ángel. En la acusación contra Miguel, que provoca su detención consta «haber sido seminarista». No hay otra causa para la detención. Tan solo se refieren a él como seminaristay en alguna ocasión, y por error, lo lla- man fraileEs trasladado junto con otros tres paisanos del pueblo, estos acusados de «haber sido concejales de partidos de derechas»a la checade Marqués de Monistrol, en las inmediaciones del paseo de Extremadu- ra. Desde este momento, los datos sobre el destino de Miguel comienzan a ser confusos. No se puede precisar ni el lugar ni la fecha exacta de su asesinato. Ésta se sitúa en torno al 9 de octubre de 1936. No debemos olvidar que muchas de estas actuaciones criminales se realizan al margen de un proceso documental que deje rastros históricos. Miguel pudo ser llevado «al alto de la cuesta de las Perdices, antes de llegar a Aravaca»según declaración del tío de Miguel, que tuvo ocasión de preguntar sobre estos datos a un miliciano. Pudo también ser asesinado en el monte de Boadilla. Su cadáver no ha podido ser hallado.

De que la causa de la detención y posterior muerte de Miguel Talavera sea su condición de seminarista no cabe duda alguna. Es sobradamen- te conocida la orden de detención expedida por la checa de Fomento y ejecutada por la de Puerta del Ángel en la que se menciona como causa «haber sido seminarista»Así también aparece en la Causa General, en las piezas relativas a las checas y a la persecución religiosa en las certificacio- nes de los respectivos fiscales. Aparece su nombre también en la relación de mártires que desde el principio realizó la diócesis de Madrid-Alcalá. En Boadilla, esta memoria ha quedado plasmada en la calle que el municipio dedica a sus sacerdotes y a su seminarista: la calle de los Mártires.

¡Curita! Esta es la acusación principal presentada contra Jesús Sánchez, previa a su asesinato. Había nacido veintiún años antes en Cózar (Ciudad Real) un 31 de mayo. Sus padres se llaman Gobirniano, 

de profesión carretero, y Emilia. Lo bautizan en la parroquia de san Vicente del mismo municipio diez días después.

La familia Sánchez Fernández-Yáñez es una familia humilde, obligada a emigrar allá donde el trabajo les permite seguir adelante: Barcelona, re- greso a Cózar, y finalmente Madrid, donde Gobirniano se emplea primero como peón del hospital de San Juan de Dios, y después como portero en la calle de Donoso Cortés.

De la infancia de Jesús sabemos poco. Parece que quedó muy impresio- nado con la muerte prematura de su hermano, a juzgar por las anotaciones que hace al respecto en el reverso de una fotografía familiar. En la memoria de esta familia se ha conservado el recuerdo de la fe y la piedad vivida en la casa, y la pronta vocación sacerdotal de Jesús. No sabemos si ingresó primero en el seminario de Ciudad Real, pues allí, como en el caso de Madrid, muchos de los documentos desaparecieron con los saqueos practicados durante la persecución religiosa. En el Seminario de Madrid se conserva su expediente académico desde cuarto de latín hasta segundo de filosofía, aunque supone- mos que también cursó tercero, pues aparece como seminarista durante ese curso en el padrón municipal de la capital. Probablemente, por enfermedad, no se presentó a los exámenes, aunque sí vivió en el Seminario. Fue un alum- no brillante: obtiene el meritissimus en prácticamente todas las materias.

Cuando se inicia la persecución religiosa Jesús ya está en su domicilio fami- liar, como el resto de sus compañeros. Es bastante probable que participase en el retiro de la mañana del 18 de julio. En su casa puede vivir tranquilo du- rante las primeras semanas de la contienda. Pero pronto tiene que sufrir la persecución incluso de los más cercanos, vecinos sobre todo, que no dudan en usar la amenaza y la delación como arma en un ambiente en el que ser cristiano está perseguido con la muerte. La familia de Jesús está enfrentada con una familia vecina que no cesa de insultar y amenazar al seminarista. La situación se va tensando cada vez más, hasta llegar a un careo directo de Jesús con un vecino, que se venga pidiendo a unos amigos que interpongan una denuncia ante el Comité de la calle de la Luna y que lo delaten en la checa de Fomento, a la que es conducido al día siguiente tras detenerlo en su domicilio cinco hombres armados. Se conserva un atestado policial que refleja muy bien la situación de tensión entre las familias: «El día diez y ocho de septiembre del treinta y seis al regresar a su casa y cuando subía la escalera, detrás de él iba la madrastra de x [aquel vecino], la cual gritando decía cómo este curita del demonio me las va a pagar a mí y no será tardando mucho».

La checa situada en la calle de Fomento 9 de Madrid alcanzó entre los ma- drileños tal resonancia que cualquiera de ellos temblaba con sólo oír su nom- bre. Quienes allí iban a parar rara vez salían con vida. Cada noche actuaba un tribunal de jurisdicción privada. La sentencia se ejecutaba de madrugada: montaban al sentenciado en coches dispuestos para tal fin y en alguna carre- tera cercana lo mataban a tiros. Félix Schlayer, cónsul de Noruega en Madrid, tuvo ocasión de visitar esta checa. En su libro Matanzas en el Madrid repu- blicano escribe: «Llegamos. Dentro estaban las estancias, descuidadas, llenas de milicianos que corrían de un lado para otro y cuyo aspecto patibulario no inspiraba confianza alguna. La atmósfera estaba a tono: el terror en cierto modo estaba en el aire, y el miedo a la muerte que habían experimentado innumerables víctimas continuaba palpándose y cortando el aliento».

Jesús no pasó por ningún organismo que procesase su situación a través de un cauce legal. Era práctica habitual que la propia policía otorgase cédu- las de libertad. Con estos documentos los milicianos, cada noche sacaban presos de distintos establecimientos penitenciarios y les daban el temible paseo. En la ficha figuraba «libertad», cuando en realidad les daban muerte sin quedar registrada la defunción. Lo siguiente que sabemos de Jesús es la aparición de su cadáver. Su padre declaró al respecto: «Presentaba una herida de arma de fuego en la espalda; fue hallado en el barrio de La China, e inhumado en el cementerio del Este». Gracias a unas fotografías previas a la inhumación, pudo ser identificado. Más tarde, en 1961, fue trasladado a las criptas funerarias de la capilla del Santísimo de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

De que su muerte tuvo como detonante el ser seminarista no cabe duda, si nos atenemos a las acusaciones de curita que recibe por parte de los veci- nos que lo delatan.

La Cárcel Modelo de Madrid ocupaba el solar en el que hoy se encuentra el Cuartel General del Aire, en el distrito de Moncloa. Es la única para varonesa primeros de julio de 1936 y está muy cerca de la calle de Romero Robledo, lugar donde habían fijado su residencia Liberato Moralejo, militar, y Serafina Fernández Shaw. El 14 de abril de 1917 había nacido su hijo Antonio en Madrid. Fue bautizado en la parroquia de san Jerónimo el Real con los nombres de Antonio José Ramón Pedro de la Santísima Trinidad.

Antonio es un niño bien educado. En ello han invertido sus padres gran esfuerzo personal y económico. Estudia en el Colegio Maravillas, de los Hermanos de la Salle. Colegio desaparecido en 1931, como tantos otros colegios, conventos y parroquias, que verán sus muros derribarse y sus ajuares pasto de las llamas ante los ataques de masas populares envenenadas por el odio a lo largo de los años 30. Para entonces Antonio ya era alumno, desde hacía un año, del Seminario de la Inmaculada y san Dámaso en Madrid. En efecto, a los 12 años, el niño comunica a sus padres su deseo de ser sacerdote. En el Seminario ubicado en las Vistillas cursará seis años de formación, truncada por la barbarie.

De la vida de Antonio en su etapa de seminarista poco sabemos. Todos los archivos fueron incautados por los milicianos y utilizados para localizar a los seminaristas y llevarlos presos antes de su ejecución. Sí se ha conservado su expediente académico, del que se deduce que no fue un alumno especialmente brillante.

Es bastante probable que Antonio estuviera entre los que, tras el retiro del día 18 de julio, hubieron de huir del seminario por la puerta de la huerta, ante el asalto del edificio por los milicianos de La Latina.

Según ha quedado en la tradición familiar, parece que la defensa de la iglesia del Carmen de Preciados del asalto de los milicianos es la causa inmediata de que vayan a buscar a Antonio a su casa. Sin duda también influyó que el padre de familia, Liberato, se hubiera negado a firmar la carta de adhesión al gobierno del Frente Popular en contra de la sublevación militar en 1935. Redada fructífera para los perseguidores, que en una sola visita se llevan a los dos: padre e hijo son detenidos, según consta en el atestado policial conservado en la Dirección General de Seguridad, por «conservar cartas en las que se revela el carácter religioso y patriota» de los arrestados. Esto es, estampas religiosas y documentos monárquicos, sin duda conservados por quien había sido condecorado como miliar en época de Alfonso XIII. En su domicilio Antonio es interrogado. La sospecha inicial se levanta por no estar alistado en el frente, siendo joven. A lo que responde Antonio que es seminarista, provocando su inmediata detención y puesta de ambos, padre e hijo, a disposición de la comisaría del distrito de Palacio. De allí pasan a la Dirección General de Seguridad, lugar donde no suelen estar los detenidos más de dos días, y donde se les toma la filiación. Son llevados después a la Cárcel Modelo, muy cerca de su domicilio familiar. Allí están un mes en condiciones lamentables. El avance de las tropas nacionales por la Casa de Campo y el traslado del gobierno a Valencia hacen que la Junta de Defensa decida trasladar a los presos de la Modelo. Entre los días 6, 7 y 8 de noviembre de 1936 son sacados del lóbrego lugar. No sabemos la fecha exacta, aunque la familia piensa que el 8 de noviembre son conducidos en autobuses, maniatados, hasta el Castillo de Aldovea, en Torrejón de Ardoz, donde son asesinados. Sus cadáveres no figuran entre los que fueron después identificados en 1939. Ambos fueron enterrados, como tantos y tantos otros, en el cementerio de los mártires de Paracuellos del Jarama.

Terminada la guerra, el nombre de Antonio es inmediatamente incorporado en la lista de los seminaristas que habían dado su vida en la persecución por su condición de eclesiástico.

En el colegio de Quintanilla de la Escalada, pueblo natal de Pablo, cursaban los estudios primarios todos los niños de los alrededores. Dirige el centro don Julio Pardo Pernía, sacerdote y tío de Pablo por parte de madre, quien lo bautizara a los pocos días de nacer en la parroquia de san Miguel, en la misma localidad. Sus padres son Guillermo Chomón Ruiz, jornalero, y Petra Pardo Pernía, llegada a Quintanilla cuando aún era una niña, junto a su hermano sacerdote, allí destinado.

No es Pablo hijo único. El matrimonio tuvo antes otro varón, Lorenzo. Ambos reciben una esmerada educación cristiana y humana, que culminaba con la posibilidad de realizar en el colegio de Quintanilla los dos primeros años de la formación eclesiástica, correspondiente a latín y humanidades, que eran después convalidados en el caso de iniciar estudios en el Seminario.

Los problemas no tardan en llegar. Entre sus padres las cosas empiezan a ir mal. Siendo aún muy pequeños Lorenzo y Pablo, la madre los toma consigo y se va a Madrid. El padre queda en el pueblo junto a una hermana soltera. Nunca más tuvo noticias ni de su mujer ni de sus hijos. De hecho, los da por muertos como consecuencia de la guerra. Llegan a Madrid la madre con los niños y se instalan en la calle de Maldonado, en casa de una hermana, Ángela, y un cuñado, Abundio. Los hijos de éstos, Pedro Martínez Pardo, sacerdote en Madrid, y Teodosio, seminarista, les facilitan las cosas a Pablo y a Lorenzo para su ingreso en el Seminario Conciliar de Madrid. Lorenzo sale al poco tiempo. Sin embargo Pablo estudia en este centro 12 años, entre los cursos 1924 y 1936. Es un alumno brillante: obtiene sobresaliente prácticamente en todo, además de participar muy activamente en la vida cultural del Seminario. Petra vuelve a cambiar de domicilio. Esta vez, aprovechando que don Julio, su hermano sacerdote, viene a Madrid como confesor de las Hermanas Hospitalarias de Ciempozuelos, se va a vivir con él. Allí pasa Pablo sus vacaciones, entre los comentarios de los vecinos que no han visto nunca al padre de familia. El propio párroco de Ciempozuelos informa sobre este dato para la admisión a tonsura de Pablo: «No conozco más dificultad que la de no vivir su padre con el interesado. Está domiciliado el aspirante a órdenes en este pueblo con su madre a la que no acompaña su esposo».

En julio de 1936, ya acólito, Pablo toma el tren que lo lleva a Ciempozuelos. Va a pasar sus vacaciones con su madre y su tío Julio. Las cosas en Madrid no van bien. El rector ha interrumpido la formación ante la revuelta situación del barrio de la Latina, donde se ubica el seminario. Pablo, como sus compañeros, ha sido formado en estos años para, si llega el caso, «ser imitador de la pasión de su Dios» (San Ignacio de Antioquía).

Al llegar a Ciempozuelos, Pablo descubre que se ha creado un comité integrado por dirigentes de UGT y la Casa del Pueblo. Los milicianos toman el control del pueblo. Practican tantas detenciones que el depósito del cementerio, primer lugar habilitado como prisión, se queda pequeño. Se habilita para ello la iglesia parroquial, junto con los edificios de las Hermanas Hospitalarias de San Juan de Dios, las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón y las Clarisas. Se detiene a otros dos sacerdotes, don Juan Manuel Navarrete y don Ginés Hidalgo. Pablo y su tío don Julio quedan libres por el momento. A los pocos días los primeros son liberados y los cuatro se refugian en el manicomio de mujeres de las Hospitalarias. Allí exponen el Santísimo todos los días. Emplean muchas horas de adoración, esforzándose para no contristar al Espíritu Santo, para que, continuando en ese lugar, los conduzca hacia el Señor (cf. Tertuliano).

Llegan malas noticias. Grupos de milicianos de Madrid se dirigen a Ciempozuelos a incautar los dos manicomios del pueblo. Tienen que actuar pronto: se reúnen los tres sacerdotes, el seminarista, las nueve monjas y algunos seglares para consumir el Santísimo y prepararlo todo para salir de allí. A don Julio no se le escapa el fin que les espera. Una de las hermanas recuerda años después las palabras que en estos momentos les dirigió el sacerdote: «Que seguramente con miras proféticas, el fundador había mandado colocar el altar de las dieciséis carmelitas mártires de la Revolución francesa que tenemos en un lateral de la iglesia, para que tomásemos valor y ejemplo y llegásemos a ser, si Dios nos pedía ese sacrificio, unas heroínas como ellas [...] “No temáis a los sicarios. Hermanas mías, arrepiéntanse de los pecados de toda su vida, que les voy a dar la absolución in articulo mortis”».

Pablo y don Julio, ahora en su casa, son respetados cuando los milicianos llegan a cumplir su cometido. No durará mucho la tranquilidad. Según cuenta Petra, la madre de Pablo y hermana de don Julio, «doce milicianos entran en casa y apuntando a ambos con un fusil, son obligados violentamente a salir de sus camas entre continuas amenazas». Los trasladan a la cárcel instalada en la iglesia parroquial hasta el día 7 de agosto, en que son asesinados en el término municipal de Valdemoro. Son inhumados en una fosa común en el cementerio municipal de Valdemoro, hasta su traslado, sin individuar, a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

No cabe duda ni de que fueron asesinados por su condición de eclesiásticos, ni de que tuvieron ocasión de prepararse para «este combate, en el que Dios vivo es el presidente; el Espíritu Santo, el preparador de atletas; la corona, de eternidad; el premio, de la sustancia angélica; la ciudadanía, celeste; la gloria, por los siglos de los siglos» (Tertuliano).

Los nombres del tío y del sobrino son recogidos en el boletín que la diócesis de Madrid-Alcalá realiza al finalizar la Guerra Civil.