Martires

Asesinados por santiguarse en un sitio público

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Madrid celebra este sábado la apertura de la causa de canonización de 61 sacerdotes y de 79 laicos, asesinados en los años 30, entre otras cosas, por esconder un cáliz, o proteger el lienzo de la Paloma y el cuerpo de san Isidro

El cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, preside este sábado en la catedral de la Almudena, a las 12:00 horas, la apertura del proceso diocesano de 140 víctimas de la persecución religiosa que se desató en España en los años 30. Su testimonio se añade al de otros 68 mártires de Madrid cuyas causas se encuentran ya en estudio en Roma.

Para Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar y encargado de la Pastoral de Santidad de Madrid, aunque todos estos procesos comprenden un total de 208 mártires, «son solo algunos de los varios centenares de testigos del siglo XX en Madrid». Concretamente, según las investigaciones del Arzobispado madrileño, en los años 30 del siglo pasado perdieron la vida a causa de la fe 408 sacerdotes y 17 seminaristas, mientras que los laicos mártires «no son menos que los sacerdotes», afirma. 

Los nuevos candidatos a la beatificación –cuyas biografías y detalles de su martirio se pueden encontrar en la página causamartires.archimadrid.es– «son personas de muy diversas edades y condiciones sociales», 61 sacerdotes y 79 laicos, «testigos de la fe hasta la sangre a quienes todavía no es posible rendir culto público, pero ya podemos acogernos de modo privado a su intercesión», afirma el obispo auxiliar.

 Los 140 nuevos mártires forman parte de tres causas distintas promovidas por las diócesis de Madrid y de Getafe, la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), y las secciones de Acción Católica de Madrid y de Getafe.

Entre los 61 sacerdotes están aquellos que protegieron con su vida el lienzo de la Virgen de la Paloma y el cuerpo incorrupto de san Isidro; hubo otro que impulsó en aquellos años el sindicalismo obrero católico; muchos destacaron tanto por su piedad como por su labor de caridad entre los más desfavorecidos; los hay que se arriesgaron cobijando a sacerdotes amigos, o que teniendo la posibilidad de huir volvieron a Madrid para atender espiritualmente a los jóvenes que tenían encomendados. De muchos se conservan testimonios del perdón que ofrecieron a sus enemigos antes de morir, y de ninguno consta que renegara de su fe. 

El perfil biográfico de los laicos es asimismo muy variado. Hay estudiantes, ebanistas, albañiles, carpinteros, maestros, periodistas, un carnicero, varios políticos, un médico… Varios de ellos fueron detenidos cuando se santiguaron al bendecir la mesa en un lugar público; a un padre y a su hijo los fusilaron juntos; también hay varios hermanos que fueron juntos al martirio; uno fue detenido por esconder un cáliz, y otro fue asesinado incluso antes de comenzar la Guerra Civil. Pertenecen a la Asociación Católica de Propagandistas, a Acción Católica, a la Adoración Nocturna…, los hay casados y solteros, mayores y jóvenes, y también algunas mujeres.

Un orgullo para Madrid

El reconocimiento del martirio de todos ellos «es un deber de justicia», afirma Alberto Fernández, delegado episcopal para las Causas de los Santos de Madrid, porque «la Iglesia desde los primeros siglos ha tenido muy presente a los fieles que imitan la Pasión del Señor». El hecho de que haya habido tantos testigos en Madrid en este período «es también un honor», pues «para la Iglesia es motivo de orgullo tener mártires entre sus hijos».

El delegado aclara que todos ellos «no son mártires de la Guerra Civil, sino de la persecución religiosa que hubo en España durante los años 30 del siglo pasado. Ellos no murieron por ser de un bando o de otro, sino que el motivo de su muerte fue la fe que profesaban. Están por encima de cualquier bando».

En este sentido, son también «testigos de reconciliación, porque murieron perdonando», con lo que son un modelo «para esta situación tan enrarecida que vivimos ahora». Y para los fieles de hoy, constituyen «una oportunidad para que tomemos conciencia de la centralidad de nuestra fe, que por encima de nuestra propia vida está el amor a Dios».