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Ramón Ruiz Pérez

  • Causa: Causa de Ignacio Aláez Vaquero y compañeros, seminaristas
  • 24 años
  • Seminarista de Toledo, Subdiácono
  • Nacimiento: Peal de Becerro (Jaén), 21 de mayo de 1912
  • Muerte: Pozo del Tío Raimundo (Madrid), 11 de agosto de 1936
  • Sepultura: Cripta de la Capilla del Sagrario de la Catedral de Jaén

Ramón asistió a la escuela de su pueblo, como todos los niños de su entorno, pero enseguida se vio obligado a alternar el estudio con el cui- dado del campo, algo habitual entre las familias de labradores en aquella época. Había nacido en Peal de Becerro, en la provincia de Jaén, un 21 de mayo de 1912. Son sus padres Ramón Ruiz Moreno, agricultor, y Francisca Pérez Martín, dedicada a sus labores. Lo llevan a bautizar a la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, y le ponen el nombre de Ramón del Socorro. Allí mismo recibirá la Primera Comunión y la Confirmación, pero no tenemos constancia de las fechas, por haber sido destruido el archivo parroquial.

Con trece años acude al Seminario de Toledo, diócesis a la que perte- nece su pueblo hasta 1954, cuando Pio XII firma la anexión del Adelantado de Cazorla (región a la que civilmente estaba vinculada la localidad) a la diócesis de Jaén. No conocemos el motivo por el cual no llegó a ingresar allí, sino en el Seminario menor San Felipe Neri, en Baeza. Destaca por su buena conducta, aunque no por su brillantez académica. Durante los cuatro años que permanece en Baeza llega con ciertas dificultades al tercer curso de latín. Solicita su traslado al seminario de Toledo, donde cursa a partir del año siguiente cuarto de latín, tres cursos de filosofía y tres de teología. Obtiene ahora buenas calificaciones, que debe mantener para conservar la beca de residencia que le han concedido, y que lo obliga además a alter- nar sus estudios con tareas de fámulo. Tras recibir en 1936 de manos de su arzobispo, el Cardenal Gomá, la tonsura y las cuatro órdenes menores, marcha a su casa a pasar las vacaciones con su familia, donde lo sorprende la persecución religiosa.

La catedral de Jaén es habilitada como cárcel en agosto, al quedarse pe- queña la prisión provincial ante la cantidad de detenidos provenientes de toda la provincia. Allí son conducidos Ramón y el párroco de Peal de Be- cerro, Don Lorenzo de Mora, tras ser arrestados por ser seminarista uno, y sacerdote el otro. No dejan los milicianos de profanar la iglesia parro- quial, destruyendo todos los objetos religiosos. En la catedral convertida en prisión se hacinan cerca de mil personas, bajo condiciones extremas de alimentación e higiene. Entre ellos, el obispo de la diócesis, el hoy beato mártir Manuel Basulto, junto a un número elevado de sacerdotes.

Durante los días de prisión no se interrumpió nunca el culto divino. «Aprovechando algunos ejemplares del brevario, escapados del pillaje de los usurpadores, los sacerdotes presos se ingeniaron para rezar el oficio di- vino. Pero a esto y a las devociones privadas hubo forzosamente de reducirse todo, dadas las pocas facilidades que para cualquier reunión clandestina  podían ofrecer la nave o la sacristía», según cuenta Antonio Montero en su Historia de la persecución religiosa. De esta manera, son reconfortados por la oración, «tomando las ramas la savia del árbol de la cruz del Señor, convirtiéndose en plantación de Dios que da un fruto incorruptible» (San Ignacio de Antioquía). El contacto de Ramón con los sacerdotes y el obispo, que con él comparten la misma suerte, ayuda a todos a afrontar un destino que con facilidad intuyen, «distribuyéndose entre los necesitados lo que ellos tenían en abundancia» (Eusebio de Cesarea).

Un artículo publicado en el Diario de Jaén en 1949 narra, de mano de uno de los sacerdotes presentes en la catedral, la solemne salida del templo del obispo, el seminarista y más de un centenar de reclusos, con destino a la prisión de Alcalá de Henares, a la que nunca llegarán:

«Una larga hilera de presos esperaban la orden de marcha. El señor obis- po con sus familiares atravesó estas filas de presos, compañeros de su viaje y que también habrían de serlo de su martirio, los cuales inclinaban la cabeza al paso del prelado en señal de profundo respeto. El señor obispo les iba bendiciendo disimuladamente hasta la puerta de salida, en que dirigió una mirada a la capilla en donde se custodiaba la reliquia del Santo Rostro. ¡Cómo entendimos los que lo presenciamos lo que quería decir aquella mirada!».

Leocadio Moreno y Felipe Galdón, dos laicos detenidos y presos en la catedral, iban en ese mismo tren con dirección a Alcalá de Henares. Testi- gos presenciales de lo ocurrido, narran los terribles sucesos ocurridos en el trayecto:

«Nos trasladaron en unión del Ilmo. Sr. Obispo de Jaén, el Deán y una hermana y cuñado del obispo. Partió el tren hacia Madrid siendo insulta- dos todos los ocupantes del mismo en todas las estaciones del trayecto por las hordas rojas, las cuales querían sacar al obispo para asesinarlo [...]. Al llegar a las inmediaciones de Villaverde Bajo fuimos detenidos por las turbas. Pedían a las fuerzas de la Benemérita que nos custodiaban que nos dejasen en su poder. Supe que hablaron por teléfono con el Ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, que había dado órdenes de que nos entregasen a aquella horda de salvajes. A unos ochocientos o mil metros de allí comenzaron a asesinar, siendo el primero el obispo, su hermana y su cuñado».

En aquel lugar, llamado el Pozo del Tío Raimundo, es asesinado también el seminarista Ramón Ruiz Pérez. Los cadáveres son recogidos en camione- tas y enterrados en el cementerio de Puente de Vallecas. Terminada la Gue- rra, los cuerpos de quienes viajaron en el Tren de la muerte son devueltos a la catedral de Jaén e inhumados en la capilla del Sagrario.

La entrega martirial de Ramón ha quedado diluida históricamente por las circunstancias de su propia biografía: natural de Jaén, donde inicia sus estudios eclesiásticos antes de pasar al Seminario de Toledo, entrega su vida lejos de estos escenarios, en Madrid. No cabe, sin embargo, la menor duda de que su asesinato se debe a su condición de seminarista y no a ra- zones políticas o de otro tipo. De hecho, en la placa que se coloca en la ca- tedral de Jaén cuando son trasladados allí los restos de los asesinados en el Tren de Jaén, figura su nombre bajo el título Relación de mártires inmolados por Dios y por España cuyos gloriosos restos yacen bajo el signo de la Santa Cruz trazada en el suelo.